INTRODUCCIÓN
En algún momento, en diferentes
circunstancias y grados todos experimentamos la adversidad en nuestras vidas.
Ejercitar la confianza en Dios en
medio de la prueba, ha sido para mí un proceso. Hace varios años, para fortalecer
mi propia confianza en Dios, inicié un estudio sobre el tema dela soberanía de
Dios en los asuntos de su pueblo, el cual ha sido de gran ayuda, y ahora
lo comparto con ustedes en este libro que es el fruto de tal análisis.
Invertí aproximadamente cuatro
años en este estudio y pude observar que otros creyentes estaban enfrentando
las mismas inquietudes que yo había tenido. Surgían entonces
algunos interrogantes: ¿En realidad controla Dios todas las circunstancias de
nuestras vidas, o las cosas "malas" tan sólo ocurren porque vivimos en
un mundo condenado por el pecado? Sien verdad Dios controla las eventualidades
de nuestras vidas, ¿por qué permitió que?¿Puedo confiar en Dios cuando se
presentan contratiempos en las diferentes áreas de mi vida?
Este libro surgió como resultado
d buscar solución a mis dificultades, y de observar que gran cantidad de
creyentes tenían preguntas y dudas similares. Está escrito desde la perspectiva
de un hermano y compañero, para aquellos que se preguntan en muchas ocasiones:
"¿En realidad, puedo confiar en Dios?"
LA RESPUESTA ES UN ROTUNDO: SI
También he podido observar que
algunos de mis amigos han pasado por adversidades peores que las mías. No he
escrito este libro con mis conocimientos, lo he hecho como un estudio bíblico acerca
de Dios, su soberanía, sabiduría y amor para el momento el que nos afligen las
adversidades.
Confiando en Dios, está escrito
para el cristiano común, que no necesariamente ha experimentado un problema muy
grande pero que, con frecuencia, se encuentra con las dificultades y angustias
propias de la vida tales como: embarazo frustrado, pérdida del trabajo,
accidentes automovilísticos, hijos rebeldes, el profesor injusto en la
universidad, etc.
Sabemos la adversidad es difícil
aunque podemos también saber con certeza que Dios tiene el control de todas
nuestras circunstancias.
Este libro tiene una doble
finalidad: Primero, anhelo de glorificar a Dios, reconociendo su soberanía y su
bondad. Segundo, deseo de animar al pueblo de Dios al demostrar, basado en la
Escritura, que El tiene el control de sus vidas, que Él los ama y que obra en Todas
las circunstancias para su bien.
Uno de los atributos que
analizaremos para mejor sentido a tan maravilloso estudio es la soberanía de
Dios.
LA SOBERANÍA DE DIOS
“Mi consejo
permanecerá, y haré todo lo que quisiere” (Isa. 46:10) La Soberanía de Dios
puede definirse como el ejercicio de su supremacía. Dios es el Altísimo, el
Señor del cielo y de la tierra está exaltado infinitamente por encima de la más
eminente de las criaturas. El es absolutamente independiente; no está sujeto a
nadie, ni es influido por nadie. Dios actúa siempre y únicamente como le
agrada. Nadie puede frustrar ni detener sus propósitos. Su propia Palabra lo
declara explícitamente: “En el ejército del cielo, y en los habitantes de la
tierra, hace según su voluntad: ni hay quien estorbe su mano” (Dan. 4:35).
La soberanía
divina significa que Dios lo es de hecho, así como de nombre, y que está en el
Trono del universo dirigiendo y actuando en todas las cosas “según el consejo
de su voluntad” (Efe. 1:11). Con gran razón decía el predicador bautista del
siglo pasado Carlos Spurgeon, en un sermón sobre Mat. 20:15, que: “No hay
atributo más confortador para Sus hijos que el de la Soberanía de Dios. Bajo
las más adversas circunstancias y las pruebas más severas, creen que la
Soberanía los gobierna y que los santificará a todos.
Para ellos, no
debería haber nada por lo que luchar más celosamente que la doctrina del
Señorío de Dios sobre toda la creación -el reino de Dios sobre todas la obras
de sus manos. El trono de Dios, y su derecho a sentarse en el mismo. Por otro
lado, no hay doctrina más odiada por la persona mundana, ni verdad que haya
sido más maltratada, que la grande y maravillosa, pero real, doctrina de la
Soberanía del infinito Jehová.
Los hombres
permitirán que Dios esté en todas partes, menos en su trono. Le permitirán
formar mundos y hacer estrellas, dispensar favores, conceder dones, sostener la
tierra y soportar los pilares de la misma, iluminar las luces del cielo, y gobernar
las incesantes olas del océano; pero cuando Dios asciende a su Trono sus
criaturas rechinan los dientes. Pero nosotros proclamamos un Dios entronizado y
su derecho a hacer su propia voluntad con lo que le pertenece, a disponer de
sus criaturas como a él le place, sin necesidad de consultarlas. Entonces se
nos maldice y los hombres hacen oídos sordos a lo que les decimos, ya que no
aman a un Dios que está sentado en su Trono.
Pero es a Dios
en su Trono que nosotros queremos predicar. Es en Dios, en su Trono en quien
confiamos”. Sí, tal es la Autoridad revelada en las Sagradas Escrituras. Sin
rival en Majestad, sin límite en Poder, sin nada, fuera de sí misma, que le
pueda afectar. “Todo lo que quiso Jehová, ha hecho en los cielos y en la
tierra, en los mares y en todos los abismos” (Sal. 135:6). No obstante, vivimos
en unos días en los que incluso los más “ortodoxos” parecen temer el admitir la
verdadera divinidad de Dios. Dicen que reconocer la soberanía de Dios significa
excluir la responsabilidad humana; cuando la verdad es que la responsabilidad
humana se basa en la Soberanía Divina, y es el resultado de la misma. “Y
nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso ha hecho” (Sal. 115:3).
En su
soberanía escogió colocar a cada una de sus criaturas en la condición que
pareció bien a sus ojos. Creó ángeles: a algunos los colocó en un estado
condicional, a otros les dio una posición inmutable delante de él (1Tim. 5:21),
poniendo a Cristo como su cabeza (Col. 2:10). No olvidemos que los ángeles que
pecaron (2Ped. 2:4). Con todo, Dios previó que caerían y, sin embargo, los
colocó en un estado alterable y condicional, y les permitió caer, aunque El no
fuera el autor de su pecado.
Asimismo,
Dios, en su soberanía colocó a Adán en el jardín del Edén en un estado
condicional. Si lo hubiera deseado podía haberle colocado en un estado incondicional,
en un estado tan firme como el de los ángeles que jamás han pecado, en uno tan
seguro e inmutable como el de los santos en Cristo. En cambio, escogió
colocarle sobre la base de la responsabilidad como criatura, para que se
mantuviera o cayera según se ajustase o no a su responsabilidad: la de obedecer
a su Creador. Adán era responsable ante Dios (Dios es ley en sí mismo) por el
mandamiento que le había sido dado y la advertencia que le había sido hecha.
Esa era una
responsabilidad sin menoscabo y puesta a prueba en las condiciones más
favorables. Dios no colocó a Adán en un estado condicional y de criatura
responsable porque fuera justo que así lo hiciera. No, era justo porque Dios lo
hizo. Ni siquiera dio el ser a las criaturas porque eso fuera lo justo, es
decir, porque estuviera obligado a crearlas; sino que era justo porque El lo
hizo así. Dios es soberano. Su voluntad es suprema. Dios, lejos de estar bajo
una ley, es ley en sí mismo, así es que cualquier cosa que él haga, es justa. Y
¡ay del rebelde que pone su soberanía en entredicho! “Ay del que pleitea con su
Hacedor, siendo nada mas un pedazo de tiesto entre los tiestos de la tierra!
¿Dirá el barro al que lo labra: Qué haces?” (Isa. 45:9).
Además, Dios
es Señor, como soberano, colocó a Israel sobre una base condicional. Los
capítulos 19, 20 y 24 de Éxodo ofrecen pruebas claras y abundantes de ello.
Estaban bajo el pacto de las obras. Dios les dio ciertas leyes e hizo que las
bendiciones sobre ellos, como nación, dependieran de la observancia de las
tales. Pero Israel era obstinado y de corazón incircunciso. Se rebelaron contra
Jehová, desecharon su ley, se volvieron a los dioses falsos y apostataron. En
consecuencia, el juicio divino cayó sobre ellos y fueron entregados en las
manos de sus enemigos, dispersados por toda la tierra, y hasta el día de hoy,
permanecen bajo el peso del disfavor de Dios.
Fue Dios,
quien en el ejercicio de su soberanía, puso a Satanás y a sus ángeles, a Adán y
a Israel en sus respectivas posiciones de responsabilidad. Pero, en el
ejercicio de su soberanía, lejos de quitar la responsabilidad de la criatura,
la puso en esta posición condicional, bajo las responsabilidades que él creyó
oportunas; y, en virtud de esta soberanía, El es Dios sobre todos. De este
modo, existe una armonía perfecta entre la soberanía de Dios y la
responsabilidad de la criatura. Muchos han sostenido equivocadamente que es
imposible mostrar donde termina la soberanía de Dios y empieza la
responsabilidad de la criatura.
He aquí donde
empieza la responsabilidad de la criatura: en la ordenación soberana del
creador. En cuanto a su soberanía, ¡no tiene ni tendrá jamás
“terminación"! Vamos aprobar aún más, que la responsabilidad de la
criatura se basa en la soberanía de Dios. ¿Cuántas cosas están registradas en
la Escritura que eran justas porque Dios las mandó, y que no lo hubieran sido
si no las hubiera mandado? ¿Qué derecho tenía Adán de comer de los árboles del
jardín del Edén? ¡El permiso de su Creador (Gén. 2:16), sin el cual hubiera
sido un ladrón! ¿Qué derecho tenía el pueblo de Israel a demandar de los
egipcios joyas y vestidos (Ex. 12:35)? Ninguno, sólo que Jehová lo había autorizado
(Ex. 3:22). ¿Qué derecho tenía Israel a matar tantos corderos para el
sacrificio? Ninguno, pero Dios así lo mandó.
¿Qué derecho
tenía el pueblo de Israel a matar a todos los cananeos? Ninguno, sino que Dios
les habían mandado hacerlo. ¿Qué derecho tenía el marido a demandar sumisión
por parte de su esposa? Ninguno, si Dios no lo hubiera establecido. ¿Qué
derecho tuviera la esposa de recibir amor, atención y cuidados, ninguno, si
Dios no lo hubiera establecido. Podríamos citar muchos más ejemplos para
demostrar que la responsabilidad humana se basa en la Soberanía Divina.
He aquí otro
ejemplo del ejercicio de la absoluta soberanía de Dios: colocó a sus elegidos
en un estado diferente al de Adán o Israel. Los puso en un estado
incondicional. En un pacto eterno, Jesucristo fue hecho su cabeza, tomó sobre
sí sus responsabilidades y actuó para ellos con justicia perfecta, irrevocable
y eterna. Cristo fue colocado en un estado condicional, ya que fue “hecho
súbdito a la ley, para que redimiese a los que estaban debajo de la ley” (Gál.
4:4,5), sólo que con esta diferencia infinita: los hombres fracasaron, pero él
no fracasó ni podía hacerlo. Y, ¿quién puso a Cristo en este estado
condicional?
El Dios Trino.
Fue ordenado por la voluntad soberana, enviado por el amor soberano y su obra
le fue asignada por la autoridad soberana. El mediador tuvo que cumplir ciertas
condiciones. Había de ser hecho en semejanza de carne de pecado; había de
magnificar y honrar la ley; tenía que llevar todos los pecados del pueblo de
Dios en su propio cuerpo sobre el madero; tenía que hacer expiación completa
por ellos; tenía que sufrir la ira de Dios, morir y ser sepultado. Por el
cumplimiento de todas esas condiciones, le fue ofrecida una recompensa: (Isa.
53:10-12).
Había de ser el
primogénito de muchos hermanos; había de tener un pueblo que participaría de su
gloria. Bendito sea su nombre para siempre porque cumplió todas esas
condiciones; y porque las cumplió, el Padre está comprometido en juramento
solemne a preservar para siempre y bendecir por toda la eternidad a cada uno de
aquellos por los cuales hizo mediación su Hijo Encarnado. Porque El tomó su
lugar, ellos ahora participan del Suyo. Su justicia es la Suya, su posición
delante de Dios es la Suya, y su vida es la Suya. No hay ni una sola condición
que ellos tengan que cumplir, ni una sola responsabilidad con la que tengan que
cargar para alcanzar la gloria eterna. “Porque con una sola ofrenda hizo
Perfectos para siempre a los santificados” (Heb. 10:14).
He aquí pues
que la soberanía de Dios expuesta claramente ante todos en las distintas formas
en que él se ha relacionado con sus criaturas. Algunos de los ángeles, Adán e
Israel fueron colocados en una posición condicional en la que la bendición
dependía de su obediencia y fidelidad de Dios. Pero, en marcado contraste con
estos, a la “manada pequeña” (Luc. 12:32) le ha sido dada una posición
incondicional e inmutable en el pacto de Dios, en sus consejos y en su Hijo; su
bendición depende de lo que Cristo Hizo Por ellos. “El fundamento de Dios está
firme, teniendo este sello: conoce el Señor a los que son suyos” (2Tim. 2:19).
El fundamento
sobre el cual descansan los elegidos de Dios es perfecto: nada puede serle
añadido, ni nada puede serle quitado (Ecl. 3:14). He aquí, pues, el más alto y
grande exponente de la absoluta soberanía de Dios. En verdad, El “del que
quiere tiene misericordia; y al que quiere endurece” (Rom 9:18).