Dad Gracias En Todo, Porque Esta Es La Voluntad De Dios Para Con Vosotros En Cristo Jesús 1 Tesalonicenses 5:18
Podemos confiar en Dios quien es
soberano, sabio y bueno. Si vamos a glorificarle en nuestros momentos de
adversidad, tenemos que confiar en El. En esto está en juego algo más que
experimentar paz en medio de nuestras dificultades o librarnos de ellas.
Honrarle debe ser nuestra principal preocupación. Por lo tanto, nuestra
respuesta primordial a la dignidad de confianza de Dios debe ser:
"Confiaré en Dios". Sin embargo, hay respuestas implícitas que
también son importantes. Estas proporcionan evidencia tangible de que de hecho
estamos confiando en El.
ACCIÓN DE GRACIAS
En el texto de nuestro capítulo,
Pablo dijo "Dad gracias en todo". Debemos ser agradecidos en buenos y
malos momentos, por las adversidades y las bendiciones Todas las circunstancias,
sean favorables o no, a nuestros deseos, deben ser ocasiones para dar gracias.
El agradecimiento no es una
virtud natural, sino fruto del Espíritu dado por El. El no creyente no se
siente inclinado a dar gracias. Da la bienvenida a las situaciones que están de
acuerdo con sus deseos y se queja de aquellas que no lo están, pero nunca, en
ninguno de los dos casos, se le ocurre agradecer en estas circunstancias. Si ve
la vida como algo que va más allá del azar, se felicita a sí mismo por su éxito
y acusa a los demás por sus fracasos, pero nunca ve la mano de Dios en su vida.
Una de las afirmaciones más señaladoras en la Biblia acerca del hombre natural
es la acusación de Pablo que dice: "Pues habiendo conocido a Dios, no le
glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias"... (Romanos 1:21).
El agradecimiento es admitir la
dependencia. Por medio de él, aceptamos que en la realidad física Dios
"nos da a todos vida y aliento y todas las cosas" (Hechos 17:25) y
que en lo espiritual, es El quien nos dio vida en Jesucristo, cuando murió por
nuestras transgresiones y pecados. Todo lo que somos y tenemos se lo debemos a
su generosa gracia, "porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no
hayas recibido?" (1 Corintios 4:7).
Como hijos de Dios debemos
agradecerle en toda circunstancia, sea buena o mala. En su evangelio, Lucas
cuenta la historia de los diez leprosos que fueron curados por Cristo (Lucas
17:11-19). Los diez clamaron ser curados, y todos experimentaron el poder
sanador de Cristo, pero sólo uno regresó a darle gracias. ¡Cómo tendemos a ser
como los otros nueve! Listos a pedir la ayuda de Dios, pero olvidadizos a la
hora de agradecer. De hecho, nuestro problema va más allá del simple olvido.
Estamos llenos de un espíritu de ingratitud por nuestra naturaleza pecaminosa,
pero debemos cultivar un nuevo espíritu, el de gratitud, el cual implantó el
Espíritu Santo dentro de nosotros en el momento de nuestra salvación.
Ahora todos podemos ver la lógica
en la historia de los diez leprosos: Todos deberían haber regresado para dar
gracias a Jesús. Debemos reconocer que en muchas ocasiones hemos actuado como
los nueve hombres olvidadizos, cuando debiéramos ser como el único agradecido.
No tenemos inconvenientes con la
teología del relato, aunque fracasamos en la práctica. En este sentido, no
tenemos ningún problema en aceptar la orden de Pablo de dar gracias en todo.
Cuando las circunstancias son
malas tenemos problemas para aceptar la instrucción de Pablo de agradecer en
todo. Supongamos que una persona es curada de una enfermedad terrible, mientras
que otra contrae una de éstas. La teología de Pablo es que ambas, como creyentes,
deben dar gracias a Dios.
La base para agradecer en las
circunstancias difíciles, es que todo lo que hemos aprendido acerca de Dios en
este libro, su soberanía, sabiduría y amor, siempre han estado presentes en
todos los cambios y giros inesperados y súbitos de nuestras vidas. En resumen,
es la firme creencia de que Dios está obrando en todas las cosas -todas las
circunstancias-para nuestro bien; es la voluntad de aceptar esta verdad de la
palabra de Dios y depender de ella sin tener que saber cómo está El actuando
para nuestro bien.
Podemos ver una estrecha relación
entre la promesa de Romanos 8:28 y el mandamiento de 1 Tesalonicenses 5:18,
cuando entendemos que la traducción literal de las palabras "en todas las
circunstancias" es "en todo". En griego como en inglés las
palabras y sus significados son muy cercanos. Debemos dar gracias en todo
porque sabemos que en todas las cosas Dios está obrando para nuestro bien.
Para obtener el máximo consuelo y
ánimo de Romanos 8:28 -y dar gracias en todas las circunstancias- debemos
entender que Dios trabaja de una forma preactiva, no reactiva. Es decir, que no
sólo responde a una adversidad en nuestras vidas para obtener lo mejor de una
situación, sino que antes de permitir la adversidad, sabe exactamente cómo la
usará para nuestro bien. Dios sabía perfectamente lo que estaba haciendo antes
de permitir a los hermanos de José venderlo como esclavo, y él lo reconoció
cuando dijo a sus hermanos: "Así pues, no me enviasteis acá vosotros, sino
Dios.
Vosotros pensasteis mal contra
mí, mas Dios lo encaminó a bien". (Génesis 45:8, 50:20).
Es por esto que Pablo nos ordena:
"Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros
en Cristo Jesús" (énfasis del autor). En una ocasión anterior, en su primera
carta a la iglesia de Tesalónica, Pablo había hablado de la voluntad de Dios.
En el capítulo 4, versículo 3, él dice: "pues la voluntad de Dios es
vuestra santificación; que os apartéis de fornicación". Todos reconocemos
el imperativo moral en este versículo.
Dios nos ordena ser santos, y la
santidad incluye la pureza sexual. El imperativo no es menos fuerte en el
capítulo 5, versículo 18. Dar gracias en todo es una parte de la voluntad de
Dios como lo es la abstinencia de la inmoralidad sexual. Esto no quiere decir
que no dar gracias a Dios y caer en la impureza sexual sea igualmente
pecaminoso a los ojos de Dios. Pero debemos decir que dar gracias a Dios en
todo es parte de su voluntad para nosotros, y que, por lo tanto, no es una
alternativa para el que quiere honrarle y complacerle.
Dar gracias en todo, ya sea
favorable o no, es otra respuesta a la dignidad de confianza en Dios. Si
confiamos en que El trabaja en toda circunstancia para nuestro bien, debemos
darle gracias en todas esas circunstancias, no darle gracias por el mal que
pueda haber en sí, sino por el bien que se sacará de ese mal por medio de su
soberanía, sabiduría y amor.
ADORACIÓN
Otra respuesta a la dignidad de
confianza de Dios es adorarle en los momentos de adversidad. Cuando el desastre
inicial golpeó a Job las Escrituras dicen:
Entonces Job se levantó, y rasgó
su manto, y rasuró su cabeza, y se postró en tierra y adoró, y dijo: Desnudo
salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová
quitó; sea el nombre de Jehová bendito (Job 1:20-21).
Job en lugar de reaccionar contra
Dios en los momentos de calamidad, le adoró. En lugar de levantar el puño
frente al Señor, se arrodilló ante El, y en lugar de desafiarlo, reconoció humildemente
la soberanía de Dios, quien en su soberanía le había dado, y en su soberanía tenía
el derecho de quitarle.
LA ADORACIÓN INVOLUCRA UNA
CONSIDERACIÓN EN DOS DIRECCIONES.
Al mirar hacia arriba vemos toda
su majestad, poder, gloria y soberanía, así como su misericordia, bondad y gracia.
Al mirarnos reconocemos nuestra total dependencia de Dios y nuestra pecaminosidad.
Lo vemos como el Creador soberano, digno de adoración, servicio y obediencia, y
nos vemos como simples criaturas, indignos pecadores, que hemos fallado en adorarle,
servirle y obedecerle como debiéramos.
No merecemos de Dios sino el
juicio eterno. Somos sus deudores permanentes, no sólo por su soberana
misericordia al salvarnos, sino por todo aliento que tomemos, y todo pedazo de
pan que tengamos. No tenemos derechos ante Dios, todo es de su gracia. Todo en
el cielo y la tierra le pertenece, y nos lo dice en las palabras del señor a
sus obreros del viñedo: "¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo
mío?" (Mateo 20:15).
Esta es otra dimensión de la
soberanía de Dios. Vimos anteriormente que ésta involucra su poder absoluto para
hacer cualquier cosa que lo complazca y su control total sobre las acciones de
todas sus criaturas. Pero la soberanía de Dios también incluye su derecho absoluto
de hacer lo que quiera con nosotros. Que haya decidido redimirnos y enviarnos a
su Hijo para que muriera por nosotros, en lugar de enviarnos al infierno, no
era una obligación. Esto se debe únicamente a su soberana misericordia y
gracia. Como le dijo a Moisés: "Y tendré misericordia del que tendré
misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente" (Ex. 33:19).
Con esas palabras Dios estaba diciendo: "No tengo obligaciones con
nadie".
Adorarlo con el corazón en
momentos de adversidad implica una actitud de humilde aceptación por parte
nuestra del derecho de Dios de hacer lo que le plazca en nuestras vidas. Es un
sincero reconocimiento de que lo que tengamos en cualquier momento: Salud, posición,
riqueza o cualquier cosa que deseemos, son un regalo de su gracia soberana, y que
nos lo puede quitar según su voluntad.
Pero Dios no actúa hacia nosotros
con soberanía sin propósito, usando su poder en forma opresiva o tiránica. El
ha actuado con amor, misericordia y gracia, y continúa actuando con nosotros en
esa forma a medida que obra para conformarnos a semejanza de Cristo.
Así como nos inclinamos en
adoración ante su infinito poder, también podemos inclinarnos con la confianza
de que El ejerce este poder para nosotros y no contra nosotros.
Así que debemos inclinarnos en
actitud de humildad, aceptando sus tratos en nuestra vida.
Pero también podemos inclinarnos
con amor, sabiendo que esos tratos, aunque puedan ser severos y dolorosos
provienen de un sabio y amoroso Padre Celestial.
HUMILDAD
La relación inmediata de
pensamientos en 1 Pedro 5:6-7 debe animarnos en los momentos de adversidad. Los
dos versículos dicen:
Humillaos, pues, bajo la poderosa
mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra
ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.
Por un lado, hemos de humillarnos
bajo la poderosa mano de Dios, lo cual equivale a someternos con espíritu de
humildad, a los tratos soberanos de El con nosotros. Por otro lado, debemos
echar nuestras ansiedades sobre El, sabiendo que cuida de nosotros. Las ansiedades,
por supuesto, surgen de las adversidades que la mano poderosa de Dios trae a nuestras
vidas. Debemos aceptar las adversidades, pero no las ansiedades.
Pero nuestra tendencia es
totalmente lo opuesto. Buscamos escapar o resistir las adversidades, pero al
mismo tiempo aferrarnos a las ansiedades que éstas nos producen. La forma de
echar nuestras ansiedades sobro el Señor es humillándonos ante su soberanía, y luego
confiando en su sabiduría y amor.
La humildad entonces debe ser
tanto respuesta a la adversidad como fruto de ésta. El apóstol Pablo fue muy
claro en cuanto a que el propósito principal de su aguijón en la carne fue
desviar cualquier tendencia al orgullo e n él. Por eso dijo: "Y para que
la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un
aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee". (2
Corintios 12:7). Si Pablo tenía una tendencia al orgullo, seguro que nosotros
también.
Por lo tanto, podemos
establecerlo como un principio: Cuando Dios nos bendice de cualquier forma que
pueda engendrar orgullo en nosotros, nos dará junto con la bendición "un
aguijón en la carne" para oponerse a ese orgullo y debilitarlo. Nos hará
débiles de cualquier forma en una o más adversidades de modo que podamos
reconocer que nuestra fortaleza está en El y no en nosotros.
Podemos escoger cómo
responderemos a ese aguijón en la carne. Podemos desgastarnos por meses, aun
años o aceptarlo como de Dios, humillándonos ante su poderosa mano.
Cuando nos humillemos
verdaderamente ante El experimentaremos, a su debido tiempo, la suficiencia de
su gracia puesto que..."Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes"
(Santiago 4:6).
PERDÓN
La adversidad nos llega muchas
veces a través de las acciones de otras personas. A veces, estas acciones
hirientes son dirigidas intencionalmente a nosotros. Otras, podemos ser víctimas
de las acciones irresponsables de los demás, que aunque no son dirigidas
deliberadamente hacia nosotros, nos afectan seriamente. ¿Cómo debemos responder
a aquellos que son los instrumentos de nuestra adversidad? La única respuesta,
claro está, es con amor y perdón.
Nuestra tendencia es acusar a la
otra persona, guardar resentimientos e incluso desear vengarnos. He encontrado
dos verdades que me ayudan a perdonar a otros.
Primera: Yo mismo soy un pecador perdonado por la gracia infinita de Dios
y la sangre derramada por su Hijo. He herido a otros, tal vez no siempre con
intención, pero sí inconscientemente por medio de un espíritu descuidado o por
actos egoístas.
Eclesiastés 7:21-22 dice:
"Tampoco apliques tu corazón a todas las cosas que se hablan, para que no
oigas a tu siervo cuando dice mal de ti; porque tu corazón sabe que tú también dijiste
mal de otros muchas veces". Mientras que hay una aplicación directa en
este pasaje, también hay un amplio principio que habla acerca del tema del
perdón. Podemos verlo reformulando la idea del pasaje como sigue: "No te
resientas contra las otras personas que son instrumentos de la adversidad en tu
vida, porque sabes en tu corazón que tú también lo has sido en la vida de
otros".
Dios nos pide que nos perdonemos
unos a otros, así como El nos perdonó en Cristo (Efesios 4:32). Si deseo que
Dios me perdone cuando he herido a otros, entonces debo estar dispuesto a
perdonar a aquellos que son instrumentos de dolor en mi vida.
Segunda: Yo veo más allá de la persona que es sólo el instrumento, para
ver a Dios que ha permitido esta adversidad para mí, "¿Quién será aquel
que diga que sucedió algo que el Señor no mandó?" (Lamentaciones 3:37). Si
Dios ha decidido que esta prueba suceda en mi vida, es porque El en su infinita
sabiduría la considera buena para mí.
A través de la adversidad,
forjada por la otra persona, Dios está haciendo su obra en mi vida. Humillarme
ante su poderosa mano es resistir cualquier tendencia a la amargura o resentimiento
en mi corazón hacia la otra persona. Aunque sus acciones pueden ser pecaminosas
en sí mismas, Dios las está utilizando en mi vida para mi bien.
ORACIÓN POR LIBERACIÓN
Un espíritu de humilde aceptación
hacia Dios o de perdón hacia otros no significa que no debamos orar por la
liberación de las adversidades que nos sobrevienen. La Escritura nos enseña
justamente lo contrario. Varios Salmos, por ejemplo, contienen oraciones muy fervientes
para liberación de problemas de diferente índole. Pero sobre todo, tenemos el ejemplo
del mismo Señor Jesús quien oro: "Padre mío, si es posible, pase de mi
esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú" (Mateo 26:39).
Mientras el resultado final de
una prueba esté en duda (por ejemplo, en el caso de una enfermedad o un hijo
espiritualmente rebelde) debemos continuar orando, suplicándole a Dios cambiar
la situación. Pero debemos orar en la misma forma que Jesús lo hizo, no como
deseemos sino como Dios lo desee. Ciertamente nunca debemos exigir a Dios que cambie
la situación.
También debemos orar por
liberación de los ataques de Satanás. Como ya hemos visto, los ataques de
Satanás, como las ofensas de otras personas o las calamidades naturales, están
bajo el dominio soberano de Dios. Satanás no puede atacarnos sin el permiso de
Dios o ir más allá de los límites permitidos por El (Job 1:12, 2:6; Lucas
22:31). No sabemos por qué, en una situación específica, Dios permite a Satanás
atacarnos; pero, a veces la razón es que debemos comprometernos en una guerra
espiritual para aplicar la orden de: "Resistid al diablo" (Santiago.
4:7).
Debemos orar por liberación y
aprender a resistir los ataques de Satanás por el poder de Jesucristo. Pero
debemos hacerlo con una actitud de humilde aceptación de lo que sea voluntad de
Dios. A veces su voluntad es librarnos de la adversidad; otras es darnos fortaleza
para aceptarla. Confiar en Dios para obtener In grada para aceptar la
adversidad, es un acto de fe, así como lo es confiar en El para librarnos de
ella.
BUSCANDO LA GLORIA DE DIOS
Por encima de todo, nuestra
respuesta a la adversidad debe ser la búsqueda de la gloria de Dios. Vemos esa
actitud ilustrada en la vida del apóstol Pablo durante su encarcelamiento en
Roma. El no sólo fue encarcelado sino que también algunos hombres, supuestamente
ministros del evangelio, en realidad, trataban de empeorar sus problemas con su
predicación (Filipenses 1:14-17).
¿Cuál fue la respuesta de Pablo?
"¿Qué, pues? Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por
verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aún" (Filipenses
1:18). En esencia Pablo dijo: "Realmente no importa qué pase conmigo o
cómo me afecte todo esto, lo importante es lo que le suceda al evangelio".
Probablemente la mayoría de
nosotros no ha progresado tanto en la madurez cristiana, porque no hemos
alcanzado el grado de desprendimiento espiritual que Pablo tuvo. Todavía importa
lo que nos pase. Pero este debe ser nuestro objetivo y si buscamos
oportunidades para crecer en esta dirección, las veremos.
Tal vez ocupe algún lugar de
responsabilidad en su iglesia o en una organización ministerial. ¿Qué pasa si
alguno más talentoso llega y le pide (tal vez no con mucha cortesía) que se
haga a un lado en favor de esa persona? ¿Cómo responderá? Esta es su oportunidad
para crecer en la dirección de preocuparse sólo para la gloria de Dios. Si le
va a responder en esto y a humillarse bajo su poderosa mano, experimentará su
gracia permitiéndole ocuparse principalmente -si no totalmente- en su gloria.
Habrá crecido más en su semejanza a Jesús, quien se despojó de su gloria para
morir por usted.
Principalmente debe ver la mano
de Dios en cada evento, sabiendo que El hace las cosas bien, permitiéndolo
únicamente para su bien.
Nada puede ser más consolador
para el hombre de Dios, que la convicción de que el Señor que hizo al mundo, lo
gobierna y que cada evento, grande o pequeño, a favor o adverso, está bajo la
absoluta disposición de quien hace todas las cosas bien y quien las regula para
el bien de su pueblo... El cristiano tendrá confianza y valor en su labor, en
la proporción en que vea a Dios en su providencia como gobernante en medio de
sus enemigos, y obrando siempre para el bien de su pueblo y para su propia
gloria, incluso en la persecución del evangelio.
¿PUEDE CONFIAR EN DIOS?
Hemos visto que Dios es digno de
confianza. El es absolutamente soberano sobre cada suceso en el universo, y
ejecuta esa soberanía en una infinitamente sabia y amorosa manera para nuestro
bien. En este sentido, hemos contestado la pregunta principal originada por este
libro. Puede confiar en Dios, El nunca lo desamparará y nunca lo dejará. Pero
¿qué sucede acerca de la segunda forma en que podemos hacer esta pregunta?
¿Puede confiar en Dios? ¿Es su
relación total con Dios una sobre la cual pueda construir un baluarte de
confianza contra los ataques de la adversidad? No puede confiar en Dios aislándose
de las otras áreas de su vida. Para crecer en la habilidad de confiar en Dios
en momentos de adversidad, primero tiene que establecer un fundamento sólido de
relación personal diaria con El. Sólo en la medida en que le conozca
íntimamente y busque obedecerle completamente, podrá establecer una relación de
confianza con El.
Luego, a ese fundamento de una
vida en comunión con Dios, debemos agregar lo que hemos aprendido de El en este
libro acerca de su soberanía, sabiduría y amor. Debemos aferrarnos a estas
grandes verdades en las pequeñas pruebas lo mismo que en las grandes calamidades
de la vida. Al hacer esto dependiendo siempre del poder capacitador de su Santo
Espíritu, seremos más y más capaces de decir: “Puedo confiar en Dios”.
Otro atributo de Dios que
analizaremos para mayor comprensión y motivación es la fidelidad de Dios.
LA FIDELIDAD DE DIOS
“Conoce, pues,
que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel” (Deut. 7:9). La infidelidad es uno de
los pecados más predominantes de estos días malos. En el mundo de los negocios,
salvo excepciones cada vez más raras, los hombres no se sienten ligados ya a la
palabra empeñada. En la esfera social, la infidelidad conyugal abunda por todos
lados; los sagrados lazos del matrimonio son quebrantados con la misma
facilidad con que se desecha una prenda vieja. En el reino eclesiástico, miles
que prometieron solemnemente predicar la verdad, la atacan y niegan sin
escrúpulo alguno.
Ningún lector
o escritor puede pretender ser inmune a este terrible pecado; ¡de cuántas
maneras diferentes hemos sido infieles a Cristo y a la luz y privilegios que
Dios nos ha confiado! Esta cualidad es esencial a su ser, sin ella no sería
Dios. Para Dios, ser infiel sería obrar en contra de su naturaleza, lo cual es
imposible: “Si fuéremos infieles él permanece fiel: no se puede negar a sí
mismo” (2Tim. 2:13). La fidelidad es una de las gloriosas perfecciones de su
ser.
Es como si
estuviera vestido de ella: “Oh Jehová, Dios de los ejércitos, ¿quién como tú?
Poderoso eres, Jehová, y tu verdad está en torno de ti” (Sal. 89:8). Asimismo,
cuando Dios fue encarnado, fue dicho: “La justicia será el cinturón de sus
lomos, y la fidelidad lo será de su cintura.” (Isa. 11:5).
¡Qué palabra
la del Salmo 36:5: “Jehová, hasta los cielos es tu misericordia; tu verdad
hasta las nubes!” La fidelidad inmutable de Dios está muy por encima de la
comprensión finita. Todo lo concerniente a Dios es vasto, grande, incomparable.
El nunca olvida, ni falta a su Palabra; nunca la pronuncia con vacilación,
nunca renuncia a ella. El Señor se ha comprometido a cumplir cada promesa y
profecía, cada pacto establecido y cada amenaza, porque “Dios no es hombre,
para que mienta; ni hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, “¿y no lo
hará?; habló ¿y no lo ejecutará?” (Núm. 23:19). Por ello exclama el creyente:
“Nunca decayeron sus misericordias.
Nuevas son
cada mañana; grande es tu fidelidad” (Lam. 3:22,23). Las ilustraciones sobre la
fidelidad de Dios son muy abundantes en las Escrituras. Hace más de cuatro mil
años, El dijo: “Mientras exista la tierra, no cesarán la siembra y la siega, el
frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche” (Gén. 8:22). Cada
año que pasa es una nueva prueba del cumplimiento de esta promesa por parte de
Dios. En Génesis 15 leemos que Jehová declaró a Abraham: “Entonces Dios dijo a
Abram: “Ten por cierto que tus descendientes serán extranjeros en una tierra
que no será suya, y los esclavizarán y los oprimirán 400 años.
Pero yo
también juzgaré a la nación a la cual servirán, y después de esto saldrán con
grandes riquezas. Pero tú irás a tus padres en paz y serás sepultado en buena
vejez. En la cuarta generación volverán acá,” (vs. 13-16). Los siglos siguieron
su curso, y los descendientes de Abraham gemían mientras cocían ladrillos en
Egipto. ¿Había olvidado Dios su promesa? No, por cierto. Leamos (Exo. 12:41):
Pasados los 430 años, en el mismo día salieron de la tierra de Egipto todos los
escuadrones de Jehová. Dios, hablando por el profeta Isaías, declaró: “Por
tanto, el mismo Señor os dará la señal: He aquí que la virgen concebirá y dará
a luz un hijo, y llamará su nombre Emmanuel” (Isa. 7:14).
De nuevo
Pasaron los siglos, “pero venido el cumplimiento del tiempo, Dios envió su
Hijo, nacido de mujer” (Gál. 4:4). Dios es veraz. Su palabra de promesa es
segura. En todas sus relaciones con su pueblo Dios es fiel. En El, él hombre
puede confiar. Nadie ha confiado jamás en Dios en vano. Esta verdad preciosa la
encontramos expresada en cualquier lugar de la Escritura, porque su pueblo
necesita saber que la fidelidad es una parte esencial del carácter divino.4
Este es el
fundamento de nuestra confianza. Pero una cosa es aceptar la fidelidad de Dios
como una verdad divina, y otra muy distinta actuar de acuerdo con ella. Dios
nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, pero ¿contamos realmente con su
cumplimiento? ¿Esperamos, en realidad, que haga por nosotros todo lo que ha
dicho? ¿Descansamos con seguridad absoluta en las palabras: “Fiel es el que
prometió”? (Heb. 10:23). Hay épocas en la vida de todos los hombres, incluso en
la de los cristianos, cuando no es fácil creer que Dios es fiel.
Nuestra fe es
penosamente probada, nuestros ojos oscurecidos por las lágrimas, y no podemos
acertar a ver la obra de su amor. Los ruidos del mundo aturden nuestros oídos
perturbados por los susurros ateos de Satanás, que nos impiden oír los acentos
dulces de su tierna y queda voz. Los planes que acariciábamos han sido desbaratados,
algunos amigos en los cuales confiábamos nos han abandonado, alguien que
profesaba ser nuestro hermano en Cristo nos ha traicionado. Nos tambaleamos.
Intentamos ser fieles a Dios, pero una oscura nube le esconde de nosotros.
Encontramos que, para el entendimiento carnal, es difícil, mejor dicho,
imposible armonizar los reveses de la providencia con sus gratas promesas.
“¿Quién hay entre vosotros que teme a Jehová, y oye la voz de su siervo? El que
anda en tinieblas y carece de luz, confíe en el nombre de Jehová, y apóyese en
su Dios” (Isa. 50:10).
Cuando seamos
tentados a dudar de la fidelidad de Dios gritemos: “¡Vete, Satanás!. Aunque no
podamos armonizar el proceder misterioso de Dios con las declaraciones de su
amor, espera en él, y pídele más luz. El te lo mostrará a su debido tiempo. “Lo
que yo hago, tú no entiendes ahora; mas lo entenderás después” (Juan. 13:79.
Los resultados
mostrarán que Dios no ha olvidado ni defraudado a los suyos. “Empero Jehová
esperará para tener piedad de vosotros, y por tanto será ensalzado teniendo de
nosotros misericordia: porque Jehová es Dios de juicio; bienaventurados todos
los que le esperan” (Isa. 30:18). “Tus testimonios, que has recomendado, son
rectos y muy fieles” (Sal. 129:36). Dios no sólo ha hecho saber lo mejor, sino
que no nos ha escondido lo peor. Nos ha descrito fielmente la ruina que la
caída trajo consigo. Ha diagnosticado fielmente el estado terrible que ha
producido el pecado.
Nos ha hecho
conocer su oído arraigado hacia el mal, y que éste debe ser castigado. Nos ha
prevenido fielmente que El es “fuego consumidor” (Heb. 12:29). Su palabra no
sólo abunda en ilustraciones de su fidelidad en el cumplimiento de sus
promesas, sino que también registra numerosos ejemplos de su fidelidad en el
cumplimiento de sus amenazas. Cada etapa de la historia de Israel ejemplifica
este hecho solemne.
Lo mismo
sucede en lo referente a los individuos: Faraón, Acán y otros muchos son otras
tantas pruebas; a menos que hayamos acudido ya, o que acudamos a Cristo en
busca de refugio, el tormento eterno del lago de fuego será el que nos espere.
Dios es fiel. Dios es fiel al proteger a su pueblo. “Fiel es Dios, por el cual
sois llamados a la participación de su Hijo” (1Cor. 1:9). En el versículo
precedente se promete que Dios confirmará a los suyos hasta el fin. La fe del
apóstol en la absoluta seguridad de la salvación de los creyentes se basaba, no
en el poder de sus resoluciones ni en su capacidad para perseverar, sino en la
veracidad de Aquel que no puede mentir.
Dios no
permitirá que perezca ninguno de los que forman parte de la herencia que ha
dado a su Hijo, sino que ha prometido librarles del pecado y la condenación, y
hacerles participes de la vida eterna en gloria. Dios es fiel al disciplinar a
los suyos. Es tan fiel en lo que retiene como en lo que da. Fiel al enviar
penas, tanto como al dar alegrías. La fidelidad de Dios es una verdad que
debemos reconocer, no sólo cuando estamos en paz, sino también cuando sufrimos
la más severa reprensión.
Este
reconocimiento debe estar en nuestro corazón, no debe ser de labios solamente.
Es la fidelidad de Dios la que maneja la vara con la que nos hiere. Reconocerlo
así equivale a humillarnos delante de El y confesar que merecemos su
corrección, y, en lugar de murmurar, darle gracias. Dios nunca aflige sin
razón: “Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros” (1Cor.
11:30), ilustra este principio. Cuando su vara cae sobre nosotros digamos con
Daniel: “Tuya es, Señor, la justicia, y nuestra la confusión de rostro” (Dan.
9:7). “Conozco, oh Jehová, que tus juicios son justicia, y que conforme a tu
fidelidad me afligiste” (Sal. 119:75).
La pena y la
aflicción son no sólo compatibles con el amor prometido en el pacto eterno,
sino partes de la administración del mismo. Dios es fiel, no solamente a pesar
de las aflicciones, sino también al enviarlas. “Entonces visitaré con vara su
rebelión, y con azotes sus iniquidades. Mas no quitaré de él mi misericordia,
ni falsearé mi verdad” (Sal. 89:32,33). El castigo es, no sólo reconciliable
con su misericordia, sino el efecto y la expresión de la misma. ¡Cuánta más paz
de espíritu tendría el pueblo de Dios si cada uno recordara que su pacto de
amor le obliga a enviar corrección cuando es conveniente!
Las
aflicciones nos son necesarias: “En su angustia madrugarán a mí” (Oseas 5:15).
Dios es fiel al glorificar a sus hijos. “Fiel es el que os ha llamado; el cual
también lo hará” (1Tes. 5:24). Aquí se refiere a los santos que son guardados
enteros sin reprensión para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Dios no nos
trata según nuestros méritos (pues no tenemos ninguno), sino según su propio
gran nombre.
Dios es fiel a
sí mismo y a su propio propósito de gracia: “A los que llamó. a estos también
glorificó” (Rom. 5:30). Dios da una demostración plena de la permanencia de su
bondad eterna hacia sus escogidos al llamarlos eficazmente de las tinieblas a
su luz admirable; y esto debería asegurarles plenamente de la certeza de su
perseverancia. “El fundamento de Dios está firme” (2ª Tim. 2:19). Pablo
descansaba en la fidelidad de Dios cuando dijo: “Yo sé a quien he creído, y estoy
cierto que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2ª Tim. 1:12).
La comprensión de esta bendita verdad nos librará de la inquietud.
Cuando estamos
llenos de ansiedad, cuando vemos nuestra situación con temor, cuando miramos al
mañana con pesimismo, estamos rechazando la fidelidad de Dios. El que ha
cuidado de su hijo a través de los años no lo abandonará cuando sea viejo. El
que ha oído tus oraciones en el pasado, no dejará de suplir tus necesidades en
el momento de apuro. Descansa en Job 5:19: “En seis tribulaciones te librará, y
en la séptima no te tocará el mal”. La comprensión de esta bendita verdad
refrenará nuestra murmuración.
El Señor sabe
qué es lo mejor para cada uno de nosotros, y el descansar en esta verdad
acallará nuestras quejas impacientes. Dios será grandemente honrado si, cuando
pasamos por la prueba y la reprensión, tenemos buena memoria de El, vindicamos
su sabiduría y justicia, y reconocemos su amor incluso en la misma reprobación.
La comprensión
de esta bendita verdad aumentará nuestra confianza en Dios. “Por eso los que
son afligidos según la voluntad de Dios, encomiéndenle sus almas, como fiel
Creador, haciendo bien” (1Ped. 4:19). Cuando depositemos confiadamente nuestras
vidas y nuestras cosas en las manos de Dios, plenamente persuadidos de su amor
y fidelidad, pronto nos contentaremos con sus provisiones, y nos daremos cuenta
que “Dios lo hace todo bien”.
SUPLEMENTO:
Si me fuera posible alterar
cualquier parte del plan de Dios para mi vida, lo único que haría sería
arruinarlo.
Debo entender que esa
“Adversidad” es parte del plan perfecto de Dios para nuestra vida.
DECIDO: CONFIAR EN DIOS
Decido creer en la bondad de mi
Padre amoroso y todo poderoso, en su providencia, sabiduría y soberanía y me
niego a aceptar otra cosa sin importarme, lo que alguien diga o como me sienta.
Mateo 6:32 Vuestro Padre sabe que
tenéis necesidad de todas estas cosas. Gracias Señor, eso era todo lo que
necesitaba saber. Confío en tu habilidad para cumplir con mis necesidades y las
de tu Iglesia.
DIOS SOSTIENE LO QUE CREA.
Leer Lucas 22:31 Jesús les
pregunta: ¿Cuándo los envié, les faltó algo? La respuesta es : NADA.
Las adversidades no son
adversidades sino parte del plan perfecto de Dios para llevarnos a cumplir su
voluntad y ser más y más semejantes a El.
2 Corintios 12:7 ..para que no me
enaltezca sobremanera...(era una ayuda para que Pablo no caiga..) Gracias Señor
por eso.
DIOS ES DIGNO DE CONFIANZA
Ver la mano de Dios en cada
acontecimiento, sabiendo que El hace las cosas bien y permitiéndolo únicamente
para nuestro bien. Dios obra, obró y obrará todas las circunstancias y
acontecimientos para nuestro supremo bien eterno.
Podemos escoger como
responderemos a ese “aguijón” :Podemos desgastarnos y sufrir o ACEPTARLO QUE
VINO DE DIOS para nuestro bien.