Hermanos Míos, Tened Por Sumo Gozo Cuando Os Halléis En Diversas Pruebas, Sabiendo Que La Prueba De Vuestra Fe Produce Paciencia. Mas Tenga La Paciencia Su Obra Completa, Para Que Seáis Perfectos Y Cabales, Sin Que Os Falte Cosa Alguna. Santiago 1:2-4
Uno de los muchos eventos que
fascinan de la naturaleza, es la salida de la oruga Cecropia de su capullo, hecho
que se hace realidad después de que ésta ha luchado mucho por salir. Muy a
menudo se escucha la historia de alguien que observaba a una oruga en este
esfuerzo y tratando de ayudarla, sin comprender lo necesario de esta lucha,
rompió la cubierta del capullo. Pronto, la oruga salió con sus alas debilitadas
y arrugadas.
Sin embargo, el observador notó
que las alas seguían débiles. La oruga, que en un momento las hubiera
desplegado para volar, ahora estaba condenada a arrastrar su corta vida en la frustración
de nunca ser la hermosa criatura que Dios había planeado.
Lo que la persona de la historia
no entendió es que la lucha por salir del capullo era una parte esencial del
desarrollo del sistema muscular del cuerpo de la oruga, y para empujar los
fluidos corporales hacia las alas ayudando a su expansión. Pero al tratar
equivocadamente de acortar la lucha de la oruga, el observador, en realidad, la
perjudicó, arruinando su existencia.
Las adversidades de la vida son
muy similares al capullo de la oruga Cecropia, las cuales Dios utiliza para
desarrollar el "sistema muscular" espiritual de nuestra existencia.
Como lo dice Santiago en nuestro texto para este capítulo "sabiendo que la
prueba de vuestra fe (a través de problemas de muchas clases) produce paciencia"
y la paciencia nos lleva a la madurez del carácter.
Podemos estar seguros de que un
hermoso carácter cristiano no se desarrollará en nuestras vidas sin la
adversidad. Pensemos en esas virtudes que Pablo denomina el fruto del Espíritu en
Gálatas 5:22-23. Las primeras cuatro virtudes que él enumera: Amor, gozo, paz y
paciencia, sólo pueden desarrollarse en medio de la adversidad.
Creemos que practicamos el
verdadero amor cristiano hasta que alguien nos ofende o nos trata injustamente,
y entonces, empezamos a sentir rabia y resentimiento. Podemos deducir que hemos
aprendido el auténtico gozo cristiano sólo cuando nuestras vidas se han hecho pedazos
por una inesperada calamidad o una dolorosa desilusión. Las adversidades desequilibran
nuestra paz y a menudo miden nuestra paciencia. Dios emplea estos conflictos
para revelarnos la necesidad de crecer, de forma que nos acerquemos a El para que
nos cambie más y más a semejanza de su Hijo.
Sin embargo, nos amedrentamos
ante la adversidad y, utilizando los términos del ejemplo de la oruga, queremos
que Dios rompa el capullo de la prueba, en el que con frecuencia nos encontramos,
y nos libere. Pero como Dios tiene más sabiduría y amor para la oruga que el que
tuvo el mismo observador, así tiene más sabiduría y amor para nosotros que
nosotros mismos. El no nos apartará de la adversidad hasta que no hayamos
sacado provecho de ella, y nos hayamos desarrollado de la forma en que El lo
deseaba, al permitir tales situaciones en nuestras vidas.
Tanto Pablo como Santiago hablan
de gloriarnos en las tribulaciones (Romanos 5:3-4, Santiago 1:2-4). Si somos
honestos, la mayoría de nosotros tiene dificultades con esa idea.
¿Soportar nuestros sufrimientos?
Quizá. Pero, ¿gloriarnos en ellos? Eso parece una expectativa irracional, pues
no somos masoquistas, no disfrutamos el dolor.
Pero tanto Pablo como Santiago
dicen que deberíamos regocijarnos en nuestras pruebas debido a sus beneficiosos
resultados. No es la adversidad en sí misma la que debe considerarse la razón
de nuestro gozo. Más bien, es la esperanza de los resultados, el desarrollo de
nuestro carácter, lo que nos debe producir gozo en la adversidad. Dios no nos pide
que nos regocijemos por haber perdido nuestro trabajo o porque un ser amado
sufra de cáncer o un hijo haya nacido con un defecto incurable. Pero sí nos
pide que nos regocijemos sabiendo que El tiene el control de tales situaciones,
y que trabaja a través de ellas para que alcancemos nuestro bien final.
Se pretende que la vida cristiana
sea de continuo crecimiento, y todos queremos progresar, pero a menudo nos
resistimos al proceso. Esto se debe a que tendemos a centrarnos en los eventos
mismos de la adversidad, en lugar de mirar con los ojos de la fe más allá de
los hechos, hacia aquello que Dios está haciendo en nuestras vidas. De Jesús se
dijo que "por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando
el oprobio" (He. 12:2).
La muerte de Cristo en la cruz
con su intensa agonía física, y extremado sufrimiento espiritual de soportar la
ira de Dios por nuestros pecados, fue la mayor calamidad que alguna vez haya
caído sobre ser humano. Pero Jesús pudo ver, más allá del sufrimiento, la alegría
que estaba ante El y, como dice el autor de Hebreos, debemos fijar nuestros
ojos en El y seguir su ejemplo, mirando más allá de nuestra adversidad para ver
lo que Dios hace en nuestras vidas, y regocijarnos en la seguridad de que El
hace su labor en nosotros para nuestro propio crecimiento.
DIOS OBRA A TRAVÉS DE LA ADVERSIDAD
Afortunadamente, Dios no nos
pregunta cómo o cuándo queremos crecer. El es el gran maestro que pone a prueba
a sus discípulos cómo y cuándo El lo considera mejor. El es, en palabras de
Jesús, el agricultor que poda las ramas de su viñedo. La vid saludable necesita
de abono y poda, y a través de la Palabra de Dios somos alimentados (Sal.
L2-3), pero por medio de la adversidad somos podados.
Los idiomas griego y hebreo
manifiestan disciplina y enseñanza con la misma palabra. Dios quiere que
crezcamos a través de las disciplinas de la adversidad y de la instrucción de
su Palabra. El salmista une adversidad y enseñanza en el proceso de
entrenamiento de Dios cuando dice: "Bienaventurado el hombre a quien tú, JAH,
corriges, Y en tu ley lo instruyes" (Sal. 94:12).
Dios obra en cada uno de sus
hijos, sin tener en cuenta lo conscientes que puedan estar de ello. Uno de los
pasajes más reconfortantes en la Biblia es Filipenses 1:6: "Estando persuadido
de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta
el día de Jesucristo". Dios obra en nosotros, y no fallará en completar lo
que ha comenzado.
"Haciendo él en vosotros lo
que es agradable delante de él". (He. 13:21).
Horatius Bonar, un pastor escocés
del siglo XIX, escribió: "Dios, quien lleva a cabo su labor, no puede ser
desviado ni forzado a apartarse de lo que ha planeado. El puede llevarlo a cabo
en las circunstancias más difíciles y contra la resistencia más firme. Todo
debe someterse ante El".
Este pensamiento, lo confieso, es
para mí uno de los más reconfortantes relacionados con la disciplina. ¡Si
pudiera fallar! Si Dios pudiera ser frustrado en sus disposiciones después de
que hubiéramos sufrido demasiado, sería horrible.
PERO DIOS NO PUEDE SER FRUSTRADO.
EL LLEVARÁ A
CABO HASTA EL FINAL AQUELLO QUE HA INICIADO.
Como Bonar escribió: "El
tratamiento de Dios debe tener éxito. No se puede desviar ni frustrar aún en
los esfuerzos más arduos, incluso sobre sus objetos más pequeños. Es el máximo
poder de Dios el que obra en y sobre nosotros, y ese es nuestro consuelo... El
es todo amor, todo sabiduría y todo fidelidad, sin embargo, también es
poder".
Saber que Dios no puede fallar en
su propósito cuando trae adversidad a nuestras vidas, y que logrará su
cometido, es de mucho ánimo para mí. A veces no respondo a las dificultades, en
una forma que le honre, pero mi falla no significa que El haya fallado.
Incluso la aguda y dolorosa
certeza de mi error, puede ser usada por Dios, por ejemplo para ayudarme a
crecer en humildad, y tal vez esa era su verdadera intención desde el principio.
Dios sabe lo que hace. Una vez
más en palabras de Bonar: "El sabe exactamente qué necesitamos, y cómo
suplirlo... su entrenamiento no es trabajo al azar, sino que se realiza con
delicada habilidad". Dios nos conoce mejor que nosotros mismos, y lo que
pensamos que es nuestra mayor necesidad puede no serlo. Pero El conoce con
certeza en qué área necesitamos crecer, y lleva a cabo su labor con tal
habilidad, que supera al médico más experto. El diagnostica correctamente
nuestra enfermedad y suministra el remedio más efectivo.
Cada dificultad que aparece en
nuestro camino, grande o pequeña, tiene el objetivo de hacernos crecer (le
alguna forma. Si no fuera para nuestro beneficio Dios no la permitiría o enviaría,
"Porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los
hombres" (Lm. 3:33). Dios no se alegra por nuestro sufrimiento; sólo trae
aquello que es necesario, pero no reduce lo que nos ayudará a crecer.
APRENDEMOS DE LA ADVERSIDAD
Debido a que Dios trabaja en
nuestras vidas a través de la adversidad, debemos aprender a responder a
aquello que El está haciendo. Como ya lo hemos visto en capítulos anteriores, su
plan soberano no niega nuestra responsabilidad. Así como nos enseña a través de
la adversidad, debemos esforzarnos por aprender de ella.
Hay varias cosas que podemos
hacer con el fin de obtener una enseñanza de la adversidad y lograr los
beneficios que Dios quiere para nosotros:
Primero, podemos someternos a ésta, no a disgusto como el general que se
rinde ante su conquistador, sino voluntariamente como se somete el paciente en
la mesa de operaciones ante la experta mano del cirujano, mientras éste trabaja
con el bisturí. No trate de impedir el grato propósito de Dios al oponerse a su
providencia en su vida. Más bien, al momento en que pueda ver lo que está
haciendo en usted, haga de éste su propósito.
Esto no significa que no usemos
todos los medios legítimos a nuestra disposición, para minimizar las
consecuencias de la adversidad, sino que debemos aceptar de la mano de Dios el
éxito o el fracaso de aquellos medios como El lo desea, y buscando siempre aprender
lo que El esté enseñándonos.
A veces percibimos muy claramente
lo que Dios está haciendo, y en esas ocasiones debemos responder a su enseñanza
con humilde obediencia. En otras oportunidades no podremos, de ninguna manera
ver lo que está haciendo en nuestras vidas, pero en esos momentos, debemos
responder con fe humildemente, confiando en que El está trayendo a nuestras
vidas lo que necesitamos para aprender. Ambas actitudes son importantes, y Dios
espera cada una en el momento apropiado.
Segundo, para lograr lo mejor de la adversidad, debemos traer la palabra
de Dios para soportar la situación, pidiéndole a El que dirija nuestra atención
hacia los pasajes pertinentes de las Escrituras, y entonces, buscarlos
dependiendo de El. Mi primera gran lección sobre la soberanía de Dios está
todavía indeleblemente impresa en mi mente, después de muchos años.
Llegó mientras estaba buscando
desesperadamente en las Escrituras respuesta a un implacable tiempo de prueba.
Mientras busquemos relacionar las
Escrituras con nuestras adversidades, encontraremos no sólo lo provechoso de
las circunstancias mismas, sino que obtendremos mayor conocimiento de la
Palabra. Un hombre de Dios solía decir: "Si no fuera por las tribulaciones,
no entendería las Escrituras". Al recurrir a la Biblia para aprender a
responder a nuestras adversidades, encontramos que éstas, a su vez, nos ayudan
a entender las Escrituras.
No es que aprendamos de la
tribulación algo diferente a aquello que podemos aprender de las Escrituras,
sino que esto más bien refuerza la enseñanza de la Palabra de Dios y la hace más
útil para nosotros. En algunas circunstancias aclara nuestro entendimiento y
nos hace ver verdades que no habíamos percibido antes. En otras oportunidades
transformará el "conocimiento de la mente" en "conocimiento del
corazón" al mismo tiempo que la teoría teológica se hará una realidad para
nosotros.
El puritano Daniel Dyke dijo:
"Entonces la Palabra es la bodega de toda enseñanza. No busquéis una nueva
doctrina para enseñaros por medio de la aflicción, la cual no está en la Escritura.
Porque, en verdad, aquí yace nuestra enseñanza por medio de la prueba, que se adapta
y nos prepara para la Palabra, rompiendo y dividiendo la obstinación de
nuestros corazones, haciéndolos flexibles y capaces de la impresión de
ellas".
Podríamos decir, entonces, que la
Palabra de Dios y la adversidad tienen un efecto recíproco cuando Dios las usa
al mismo tiempo para traer a nuestras vidas el crecimiento, que ni la Palabra,
ni la adversidad podrían lograr por separado.
Tercero, con el fin de sacar provecho de nuestras adversidades debemos
recordarlas junto con las lecciones que aprendimos de ellas. Dios quiere que
hagamos más que soportar nuestras pruebas o hallar consuelo en ellas. Desea que
las recordemos, no sólo como tribulaciones o penas, sino como sus correcciones
y sus medios para traer el crecimiento a nuestras vidas. El dijo a los
israelitas: "Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído
Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte.
Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná. para hacerte
saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca
de Jehová vivirá el hombre" (Dt. 8:2-3).
Lo "que sale de la boca del
Señor" en este pasaje no es la Palabra de la Escritura sino la de la
providencia de Dios (ver Salmos 33:6,9 y 148:5 para una aplicación similar).
Dios quería demostrar a los israelitas que ellos dependían de El para el pan de
cada día, y lo hizo, no mediante la incorporación de esta verdad a la ley de
Moisés, sino a través de la imposición de la adversidad a sus vidas, en forma
de hambre. Pero para sacar provecho de esta lección, ellos debían recordarla.
Igualmente, nosotros, si queremos lograr provecho de las dolorosas lecciones
que Dios nos enseña, debemos recordarlas.
En un capítulo anterior, hice
referencia a una dolorosa lección que aprendí cuando traté sutilmente de
usurpar la gloria de Dios para mi propia reputación. El me da la necesidad de recordar
aquella lección, y cada vez que paso por Isaías 42:8..."y a otro no daré
mi gloria".
Ya sea en mis lecturas de la
Biblia o en mis repasos de memorización de ella, recuerdo aquella dolorosa
circunstancia, y dejo que la lección se afiance más en lo profundo de mi corazón.
Siempre que me levanto a enseñar la Palabra de Dios, recuerdo aquella
situación, y saco de mi corazón cualquier deseo de enaltecer mi propia
reputación. Esta es la forma como la adversidad se vuelve provechosa para
nosotros.
Hasta ahora hemos considerado los
beneficios de la adversidad de una forma general, mirando primero la obra de
Dios en nuestras vidas a través de las tribulaciones, y luego, la forma como
debemos responder a ellas. En este momento, sería útil considerar algunos propósitos
específicos que Dios tiene en mente cuando permite que la aflicción llegue a nuestras
vidas. Por supuesto, no podemos cubrir todas las lecciones que Dios trata de enseñarnos
a través de la adversidad, pero estos son algunos de los específicamente mencionados
o relatados en la Biblia. Por medio del estudio de estos objetivos específicos nos
veremos animados a creer que Dios siempre tiene razón al presentar o permitir dificultades
particulares en nuestras vidas, aun cuando no podamos discernir cuál es su razón.
LA PODA
Jesús dijo que "todo pámpano
que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo
limpiará, para que lleve más fruto" (Juan 15:2). En el reino natural,
podar es importante para producir más fruto. Un viñedo sin podar generará un
enorme e improductivo crecimiento, con muy poco fruto. El cortar aquellos
elementos no deseados e inservibles obliga a la planta a producir fruto.
En el reino espiritual, Dios
tiene que podarnos. Debido a que, aun como creyentes tenemos naturaleza
pecaminosa, tendemos a derramar nuestras energías espirituales en aquello que
no es el fruto verdadero, a buscar posición, éxito y notoriedad, incluso en el cuerpo
de Cristo, y tratamos de depender de los talentos naturales y el conocimiento humano.
Así, con facilidad somos cautivados y atraídos por las cosas del mundo sus placeres
y sus riquezas.
Dios usa la adversidad para
aclarar nuestras ideas sobre aquellas cosas que no son el fruto verdadero. Una
enfermedad grave o la muerte de un ser querido, la pérdida de cosas materiales
o la mancha de nuestra reputación, el abandono de los amigos o el choque de nuestros
sueños más deseados contra la roca de la desilusión, nos hacen pensar acerca de
qué es en realidad importante en la vida. La posición o las riquezas, e incluso
la reputación dejan de ser importantes, empezamos a relegar nuestros gustos y
expectativas, aun las buenas, frente a la voluntad soberana de Dios. Poco a
poco empezamos a depender más de El, y a desear sólo lo que servirá para la
eternidad. El nos poda para que seamos más fructíferos.
SANTIDAD
En un capítulo anterior vimos que
otro resultado de la adversidad es el crecimiento en santidad: "pero éste
(nos disciplina a través de la adversidad) para lo que nos es provechoso, para
que participemos de su santidad" (He. 12:10). Pero, ¿Cuál es la conexión entre
la adversidad y la santidad?
Para empezar, la adversidad
revela la corrupción de nuestra naturaleza pecaminosa, pues no nos conocemos ni
sabemos la profundidad del pecado que permanece en nosotros.
Estamos de acuerdo con las
enseñanzas de las Escrituras y creemos que su aceptación significa obediencia.
Por lo menos intentamos obedecer. ¿Quién de nosotros no lee la lista de las
virtudes cristianas llamadas fruto del Espíritu: Amor, gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza (Gálatas 5:2223) y está de
acuerdo en que las queremos en nuestras vidas? Incluso empezamos a pensar que
estamos logrando un gran avance en el crecimiento de ellas.
Pero entonces llega la
adversidad; descubrimos que no podemos amar desde lo profundo de nuestro
corazón, a la persona que es el instrumento de la adversidad; vemos que no queremos
perdonarla, nos damos cuenta de que no estamos dispuestos a confiar en Dios. La
incredulidad y el resentimiento surgen en nuestro interior; nos derrumbamos
ante la situación; el crecimiento de carácter cristiano que creíamos haber
alcanzado en nuestras vidas parece evaporarse, y nos sentimos como si hubiéramos
vuelto al kinder espiritual.
Pero a través de esta vivencia,
Dios nos ha dado a conocer la corrupción que aún permanece en nosotros.
Jesús dijo: "Bienaventurados
los pobres en espíritu. Bienaventurados los que lloran.
Bienaventurados los que tienen
hambre y sed de justicia" (Mateo 5:3-4, 6). Todas estas descripciones se
refieren al creyente que ha sido humillado ante su pecado, sufre por él, y anhela
de todo corazón que Dios le cambie. Pero nadie adopta esta actitud, sin ser
expuesto a la maldad y corrupción de su propio corazón. Es con este propósito
que Dios utiliza la adversidad.
Para santificarnos El va más allá
de los pecados que conocemos, y desea llegar a la raíz del problema: La
corrupción de la naturaleza pecaminosa, expresada en la rebeldía de los deseos,
la perversidad de los afectos y la ignorancia espiritual de nuestras mentes. El
usa la adversidad, así como las enseñanzas de la Escritura para iluminarnos
acerca de nuestras propias necesidades.
El también usa la adversidad para
reinar en nuestros afectos que han sido arrastrados a deseos insanos, y para
someter nuestra terca y rebelde voluntad.
Pero a menudo nos resistimos a la
obra de Dios en nuestras vidas, alejándonos de su vara de disciplina en lugar
de buscar provecho de ella. Anhelamos más descansar de la adversidad que
obtener el beneficio que nos lleve a la santidad. Pero a medida que observemos
que Dios emplea su disciplina en nuestras vidas, podemos estar seguros de que a
su tiempo producirá: "Fruto apacible de justicia a los que en ella han
sido ejercitados" (He. 12:11).
DEPENDENCIA
Otra área de nuestras vidas en la
que Dios tiene que trabajar constantemente, es en nuestra tendencia a depender
de nosotros mismos y no de El. Jesús dijo: "porque separados de mí nada
podéis hacer" Un. 15:5). Lejos de nuestra unión con Cristo y sin una total
dependencia de El, no podemos hacer nada que glorifique a Dios. Vivimos en un mundo
que rinde culto a la independencia y la autosuficiencia. "Soy el dueño de
mi destino:
Soy el capitán de mi alma"
es el lema de la sociedad a nuestro alrededor. Podemos caer fácilmente n el
patrón de pensamiento del mundo, debido a nuestra propia naturaleza pecaminosa.
Tendemos a confiar en nuestro conocimiento de la Escritura, nuestra habilidad comercial,
nuestra experiencia en el ministerio, e incluso en nuestra bondad y moralidad.
Dios debe enseñarnos, a través de
la adversidad, a confiar en El, y no en nosotros mismos. Incluso, el apóstol
Pablo dijo que sus dificultades, las que describió como "más allá de nuestras
fuerzas" se dieron..."para que no confiásemos en nosotros mismos,
sino en Dios que resucita a los muertos" (2 Corintios 1:8-9). Dios
permitió que Pablo y sus colaboradores llegaran a una situación tan
desesperada, que perdieron la esperanza de la misma vida. No tenían nadie más a
quien acudir sino a Dios.
Pablo tuvo que aprender
dependencia de Dios tanto en la parte espiritual como en la física. Cualquiera
fuera el aguijón en su carne, era una adversidad de la que él desesperadamente
quería deshacerse. Pero Dios hizo que ésta permaneciera, no sólo para reprimir
cualquier asomo de orgullo en su corazón, sino también para enseñarle a confiar
en su poder. Pablo tuvo que aprender que debía depender de la gracia de Dios
-el poder de Dios que nos da capacidad, y no de su fuerza; él fue uno de los
hombres más brillantes en la historia, más de un teólogo ha dicho que si no se
hubiera convertido en cristiano y tal vez hubiese sido filósofo, habría
superado a Platón.
Dios le dio mucha inteligencia,
le hizo revelaciones divinas, algunas de las cuales fueron tan gloriosas que no
se le permitió hablar de ellas. Pero Dios nunca le dejó depender de su
intelecto o de sus revelaciones, sino de la gracia divina, igual que usted y yo
debemos hacerlo. Y lo aprendió a través de grandes adversidades.
Soy una persona que tiene muchas
debilidades y poca fortaleza natural. Mis limitaciones físicas, aunque no son
evidentes para la mayoría de las personas, me impiden relacionarme por medio
del golf, el tenis u otro deporte. Esto me afecta en gran manera, y por ese
motivo durante algunos años luché frecuentemente con Dios. Pero al fin he
concluido que mis debilidades son, en realidad, canales para su fortaleza.
Después de muchos años, creo que al fin estoy en el punto donde puedo decir con
Pablo "me gozo en las debilidades. porque cuando soy débil, entonces soy
fuerte" (2 Corintios 12:10).
No importa si usted tiene muchas
debilidades o fortalezas. Puede ser el más competente en su campo, pero puede
estar seguro de que si Dios va a usarle, hará que sienta dependencia total de
El. A menudo frustrará cualquier cosa en la que se sienta confiado, para que
aprenda a depender de El, y no de usted mismo. Según Esteban. "fue
enseñado Moisés en toda la sabiduría de los egipcios; y era poderoso en sus
palabras y obras" (Hch. 7:22). Además. "él pensaba que sus hermanos
comprendían que Dios les daría libertad por mano suya". (v 25).
Pero cuando Moisés intentó tomar
el control de las cosas, El frustró sus esfuerzos a tal punto que tuvo que huir
para salvar su vida, y cuarenta años después, aún no podía confiar en sus
propias habilidades e incluso tenía dificultad en creer que lo usaría.
Pablo experimentó un aguijón en
la carne. Moisés vio sus esfuerzos de hacer algo para Dios completamente frustrados
y convertidos en un desastre. Cada uno de estos dos hombres de Dios,
experimentó una dificultad que le hizo darse cuenta de su propia debilidad y
total dependencia de El. Cada adversidad fue diferente, pero tenían el objetivo
común de llevar a estos hombres a un nivel de mayor dependencia de Dios. Si El
va a usarnos a usted y a mí, traerá adversidad a nuestras vidas para que,
también aprendamos en la práctica a depender de El.
PERSEVERANCIA
Los receptores de la carta a los
Hebreos pasaban por gran adversidad. El autor sabía que tenían mucha
resistencia al sufrimiento, que a veces eran públicamente expuestos a los insultos
y la persecución, y que aceptaban con gozo la confiscación de sus pertenencias porque
sabían que poseían mejores y más duraderas posesiones (He. 10:32-34).
Para ellos, que estaban
experimentando tal persecución y suplicio por su fe en Cristo, el autor
escribió: "Porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la
voluntad de Dios, obtengáis la promesa" (He. 10:36). Además les dijo: "corramos
con paciencia la carrera que tenemos por delante" (He. 12:1).
La perseverancia es la cualidad
de carácter que nos permite lograr una meta por encima de obstáculos y
dificultades. Una cosa es, sencillamente sobrellevar la adversidad, y esto en sí,
es recomendable, pero Dios nos pide más que simplemente soportarla, perseverar
(presionar hacia adelante). Observe cómo el autor de Hebreos se centra en el
logro del objetivo:
"Cuando haya hecho la voluntad
de Dios" y "corrido la carrera que tenemos por delante".
Se supone que la vida cristiana
ha de ser activa, no pasiva. Al cristiano se le pide seguir con diligencia la
voluntad de Dios, y hacerlo requiere perseverancia.
Vimos en el primer capítulo el
comentario de un autor en el que decía que la vida es difícil. En realidad, es
una serie de dificultades de diferentes clases y diversos grados, que usualmente
se experimentan durante un período de muchos años. A menudo se ha afirmado que
la vida cristiana no es una carrera corta, sino una maratón.
Pero aun esas metáforas no expresan
toda la realidad. La vida cristiana sería mejor descrita como una carrera de obstáculos
de la duración y extensión de una maratón. Piense en una pista de poco más de 26
millas de largo. Agréguele muros para escalar, corrientes que atravesar,
arbustos que saltar, y una variedad interminable de obstáculos inesperados. Esa
es la vida cristiana. No es extraño que alguien haya dicho que "pocos
cristianos terminan bien".
Pero Dios quiere que todos los
cristianos terminemos bien. Quiere que corramos con perseverancia, que
persistamos en hacer su voluntad sin importar los obstáculos que se presenten.
William Carey, llamado con frecuencia el padre de las misiones modernas, es un ejemplo
famoso de alguien que perseveró.
A pesar de la sucesión de
inimaginables obstáculos (incluyendo una esposa indiferente que después se
volvió loca), tradujo toda o parte de la Biblia a cuarenta idiomas y dialectos
de la India. También su hermana fue un ejemplo de alguien que perseveró, ya
que, casi completamente paralizada y postrada en cama, en Londres, oraba por
todos los aspectos y contiendas del trabajo realizado por su hermano en la
lejana India.
Pocas personas pueden
identificarse con la perseverancia de William Carey, ya sea en los increíbles
obstáculos que enfrentó o en las sorprendentes tareas que realizó. Pero deberíamos
identificarnos con la perseverancia de su hermana quien cumplió la voluntad de Dios
en su estado de invalidez. No podía hacer mucho (al menos de lo que tendemos a pensar
que es mucho), pero persistió en hacer lo que podía, cumpliendo el deseo de
Dios. Y como se empeñó en la oración, su hermano fue fortalecido y animado a
continuar sus labores misioneras en la India. La hermana de Carey hizo más que
soportar alegremente su parálisis, pues perseveró cumpliendo la voluntad de
Dios a pesar de la enfermedad.
USTED Y YO TAMBIÉN SOMOS LLAMADOS A
PERSISTIR.
A cada uno se nos ha dado una
carrera por correr, y una voluntad de Dios por cumplir. Todos encontramos
innumerables obstáculos y ocasiones de desaliento, pero para participar en la
carrera y terminar bien, debemos desarrollar perseverancia. ¿Cómo podemos
hacerlo?
Pablo y Santiago nos dan la misma
respuesta. Pablo dijo: "Sabiendo que la tribulación produce
paciencia". Y Santiago: "Sabiendo que la prueba de vuestra fe produce
paciencia" (Romanos 5:3, Santiago 1:3). Aquí vemos un efecto recíproco de
mejoramiento. La adversidad produce perseverancia, y ésta nos capacita para
enfrentar aquélla. Hay una buena analogía en el ejercicio de levantar pesas.
Este desarrolla músculos, y entre más músculos desarrolle uno, mayor peso puede
levantar.
Aunque la perseverancia se
desarrolla en lo crucial de la adversidad, es estimulada por la fe.
Consideremos de nuevo la analogía del levantamiento de pesas. Aunque éstas en
una barra proveen la resistencia necesaria para desarrollar músculos, no
proveen la energía, la cual debe venir de dentro del cuerpo del atleta. En el
caso de la adversidad, la energía debe venir de Dios, por medio de la fe. Es la
fortaleza de Dios, y no la nuestra la que nos hace perseverar. Pero nos
aferramos a ella por medio de la fe.
Ya hemos visto en Hebreos 10:36 y
12:1 el llamado del escritor a perseverar. En medio de estos dos llamados a la
perseverancia está el famoso capítulo sobre la fe, Hebreos 11. En realidad, el
escritor nos está llamando a perseverar por fe. El capítulo once es muy reconfortante,
puesto que nos da uno tras otro, ejemplo de personas que continuaron cumpliendo
la voluntad de Dios por fe.
Hablar de dependencia antes de
perseverancia en este capítulo fue intencional. No podemos crecer en
perseverancia hasta que no hayamos aprendido la lección de la dependencia.
Usted podría, por ejemplo, manejar un trineo hasta el Polo Norte solamente por
un espíritu indomable, autoenergizado, pero no puede participar en la carrera
cristiana de esa forma.
Si va a tomar parte en la carrera
de Dios, haciendo su voluntad, entonces tiene que correrla con su fortaleza.
Jesús dijo: "porque separados de mí nada podéis hacer", y Pablo:
"Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (Juan 15:5, Fil. 4:13).
Ambos plantearon dos lados de la misma verdad: Sin su fortaleza, no podemos
hacer nada, pero con ella, logramos todo lo que necesitamos. Somos llamados a
perseverar -hacer la voluntad de Dios a pesar de los obstáculos y el
desaliento, pero en su fortaleza y sólo ella.
SERVICIO
Dios también trae adversidad a
nuestras vidas para equiparnos para un servicio más efectivo. Todo lo que hemos
considerado hasta ahora, poda, santidad, dependencia y perseverancia,
contribuye a hacernos instrumentos útiles en el servicio de Dios. El pudo haber
llevado a José directamente al palacio del faraón sin pasar por la prisión.
Y ciertamente no necesitaba
dejarlo en angustia por dos años más, después de haber interpretado el sueño
del copero. Las difíciles circunstancias no eran necesarias sólo para que estuviera
en el lugar correcto en el momento correcto, sino para convertirlo en la
persona adecuada para las responsabilidades que Dios le daría.
El apóstol Pablo escribió que
"[Dios] nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos
también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de
la consolación con que nosotros somos consolados por Dios" (2 Corintios
1:4). Todos enfrentamos momentos de adversidad y necesitamos un amigo compasivo
e interesado que nos acompañe, conforte y anime durante esas ocasiones. Cuando
experimentamos consuelo y ánimo en nuestras adversidades, estamos preparados
para ser los instrumentos de consuelo y ánimo para otros, porque compartimos
con ellos lo que hemos recibido de Dios.
En la medida en que podamos
aferrarnos a las grandes verdades de la soberanía, sabiduría y amor de Dios, y
hallar consuelo y ánimo en ellas en nuestros momentos difíciles, seremos capaces
de ministrar a otros en sus momentos de angustia.
Al comentar el ministerio de
consolación de Pablo, he usado deliberadamente la expresión "consuelo y
ánimo". La palabra griega traducida como consuelo, en nuestras Biblias,
puede significar exhortación, ánimo o consuelo, dependiendo del contexto.
Puesto que aquí Dios el Padre es llamado "el Padre de compasión y el Dios
de todo consuelo", parece que nuestros traductores han hecho bien en
elegir la palabra "consuelo" para expresar la compasión de Dios. Si
vamos a apoyar a otros en sus momentos de adversidad, primero que todo debemos
mostrar compasión: El profundo sentimiento de compartir el sufrimiento de otro
y desear su alivio.
Si realmente vamos a ayudar a
otra persona en su momento de adversidad, también debemos animarla. Animar es
fortalecer a otro con la fuerza espiritual y emocional para perseverar en
momentos de adversidad. Lo hacemos indicándole la confiabilidad de Dios como se
nos revela en la Escritura. Sólo hasta el punto en que nosotros mismos hayamos sido
consolados y animados por el Espíritu Santo a través de su Palabra, estaremos
en capacidad de consolar y animar a otros. La adversidad en nuestras vidas,
llevada correctamente, nos capacita para ser instrumentos de consuelo y ánimo
para otros.
EL COMPAÑERISMO DEL SUFRIMIENTO
El apóstol Juan, al escribirle a
los creyentes perseguidos de las siete iglesias en Asia, se identificó
como..."vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación [de] Jesucristo"
(Apocalipsis 1:9). La palabra griega que se traduce como copartícipe significa "compañero
que comparte". Es una forma de la palabra koinonia de la cual sacamos
nuestra palabra compañerismo.
Juan se identificó como uno que
compartía con sus lectores en los sufrimientos que estaban enfrentando. Podía
entender su aflicción puesto que en ese momento también estaba sufriendo por
Jesús. Era partícipe con ellos en su sufrimiento y para comunicar efectivamente
su mensaje, era importante que ellos entendieran este hecho. Luego en este versículo
Juan nos presenta otra forma en la que obtenemos beneficio de la adversidad, y
es el privilegio de entrar en una comunión especial con otros creyentes que
también estén en el dolor de la adversidad.
LAS PRUEBAS
Y AFLICCIONES TIENEN UN EFECTO NIVELADOR ENTRE LOS CREYENTES.
Con frecuencia se ha dicho que
"el terreno es plano al pie de la cruz". Esto es, que sin importar
nuestra riqueza, poder o condición social, todos somos iguales en nuestra
necesidad de un Salvador.
En la misma forma, lo somos en
que estamos sujetos a la adversidad. Esta golpea al rico y al pobre, al
poderoso y al débil, al superior y al subordinado, y a todos sin distinción. En
momentos de adversidad tendemos a dejar de lado nociones tales como relaciones "verticales",
y nos relacionamos a un nivel horizontal, como hermanos y compañeros en el sufrimiento.
Juan pudo haberse identificado correctamente como apóstol de Jesucristo, con autoridad
espiritual sobre los creyentes que padecían en Asia, pero prefirió
identificarse como hermano y compañero en su sufrimiento.
Las pruebas y aflicciones tienen
también un efecto de atracción común entre los creyentes, ya que procuran
romper las barreras entre nosotros y deshacer cualquier apariencia de
autosuficiencia que podamos tener. Encontramos nuestros corazones cálidos y
atraídos los unos hacia los otros. A veces adoramos con otra persona, oramos e
incluso servimos en el ministerio sin sentir un verdadero lazo de comunión,
pero entonces, en forma extraña, la adversidad nos golpea a ambos, e inmediatamente
sentimos un nuevo lazo de compañerismo en Cristo, de comunión en el
sufrimiento.
Hay muchos elementos que entran
en todo el concepto de compañerismo, como se describe en el Nuevo Testamento,
pero el compartir juntos en sufrimiento es uno de los más beneficiosos, porque
probablemente une nuestros corazones en Cristo más que cualquier otro aspecto
del compañerismo. Recuerdo a un creyente con el que fuimos amigos por muchos
años, pero nunca muy de cerca. Después la adversidad nos golpeó a ambos.
Nuestras circunstancias eran
diferentes y su adversidad fue mucho peor que la mía, pero en los esfuerzos por
cuidarnos uno al otro, nuestros corazones se unieron en una forma nueva y más
íntima.
ESTE CAPÍTULO HA TRATADO VARIAS FORMAS CON LAS CUALES
SACAMOS BENEFICIO DE LA ADVERSIDAD.
Anterior a esta sección, hemos
considerado procedimientos que nos sirven como personas creyentes, pero en el
compañerismo del sufrimiento estamos viendo una forma en la que obtenemos
ganancia como miembros de todo el Cuerpo de Cristo. La vida cristiana no es para
ser vivida en privado, aislada de los otros creyentes, sino como miembros del
Cuerpo de Cristo. Dios quiere usar nuestros tiempos de adversidad para
estrechar las relaciones con otros miembros del Cuerpo, con el fin de crear un
mayor sentido de compartir la vida que tenemos en Cristo.
RELACIÓN CON DIOS
Tal vez la forma más valiosa en
que aprovechamos la adversidad es que profundizamos nuestra relación con Dios.
Por medio de ella aprendemos a inclinarnos ante su soberanía, a confiar en su
sabiduría y a experimentar el consuelo de su amor, hasta que llegamos al lugar
donde podemos decir con Job: "De oídas te había oído; mas ahora mis ojos
te ven" (Job 42:5).
En la adversidad empezamos a
pasar de saber acerca de Dios, a conocerle en una forma íntima y personal.
Acabamos de considerar el
compañerismo del sufrimiento entre creyentes. En Filipenses 3:10, Pablo habla
del compañerismo que comparte el sufrimiento de Jesucristo, es decir, los creyentes
que comparten con el Señor sus sufrimientos. El pasaje dice: a fin de
conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus
padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte...
Este versículo le ha dado
expresión al clamor más profundo del corazón de los creyentes a través de los
siglos: El deseo de conocer a Cristo en una forma personal, cada vez más íntima.
Puedo recordarme como un joven cristiano siendo desafiado a "conocer a
Cristo, y a hacerlo conocer", y recuerdo estar orando por el versículo de
Filipenses 3:10, que Dios me capacitara para conocer a Cristo más y más.
Sin embargo, debo confesar que en
lo más profundo de mi corazón siempre me molestaba un poco que Pablo no sólo
quería conocer a Cristo, sino también experimentar la comunión de sus
sufrimientos. Conocer a Cristo en una forma más íntima y experimentar el poder
de su resurrección en mi vida me llamaba la atención, pero no sucedía lo mismo
con el sufrimiento, al que yo le huía.
Pero he llegado a ver que el
mensaje de Filipenses 3:10 es una "venta de artículos en conjunto".
Parte de llegar a conocer a Cristo en una forma más íntima es a través de la comunión
de sus sufrimientos. Si verdaderamente vamos a crecer en el conocimiento de Cristo,
podemos estar seguros de que hasta cierto grado participaremos de la comunión
de sus sufrimientos, lo mismo que vamos a experimentar el poder de su
resurrección.
Esto nos ayudará a apreciar la
verdad que Pablo está enseñando en Filipenses 3:10, si entendemos que el
sufrimiento que él ve no está limitado a la persecución por causa del evangelio.
Incluye toda la adversidad por la que atraviesa el creyente y que tiene como propósito
final su conformidad a Cristo, descrito aquí por Pablo como "llegando a
ser semejante a él en su muerte".
Varias veces en la Biblia vemos
hombres y mujeres de Dios llevados a una relación más íntima con El a través de
la adversidad. No hay duda que todas las circunstancias en la demora del
nacimiento de Isaac y luego la experiencia de llevar a su único hijo a la
montaña para ofrecerlo en sacrificio, condujeron a Abraham a una relación mucho
más estrecha con Dios. Los salmos están repletos de expresiones de un
conocimiento profundo de Dios cuando los salmistas lo buscaban en momentos de
adversidad (vea, por ejemplo, los salmos 23, 42, 61, 62).
Obviamente, usted y yo no
escogemos la adversidad para desarrollar una relación más profunda con Dios, y
por el contrario, El, a través de la adversidad, nos escoge a nosotros.
Es Dios quien nos lleva más y más
a una relación más profunda con El. Si lo buscamos es porque El nos busca. Una
de las más fuertes cuerdas con la que nos atrae a una relación más íntima y
personal es la adversidad. Si, en lugar de luchar contra Dios o dudar de El en momentos
de adversidad, le colaboramos, encontraremos que seremos llevados a una relación
más profunda con El, y llegaremos a conocerle como lo hicieron Abraham, Job, David
y Pablo.
HEMOS VISTO ALGUNAS DE LAS FORMAS EN
QUE PODEMOS BENEFICIARNOS DE LA ADVERSIDAD.
Obviamente no hemos cubierto
todos los usos que Dios hace de ella en nuestras vidas, pues sólo hemos arañado
un poco la superficie de aquellas áreas que hemos considerado.
Algunas veces podremos ver cómo
nos estamos beneficiando, en otras, nos preguntaremos qué está haciendo Dios.
Sin embargo, de una cosa debemos estar seguros, y es que para el creyente todo
dolor tiene significado, y toda adversidad es beneficiosa.
No hay duda que la adversidad es
difícil, y generalmente nos toma por sorpresa y parece golpearnos donde somos
más vulnerables. Con frecuencia nos parece completamente sin sentido e
irracional, pero para Dios nada lo es. El tiene un propósito en todo dolor que
trae o que permite en nuestras vidas. Podemos estar seguros de que en alguna
forma es para nuestro beneficio y su gloria.