¿Quién Nos Separará Del Amor De Cristo? ¿Tribulación, O Angustia, O Persecución, O Hambre, O Desnudez, O Peligro, O Espada? Antes, En Todas Estas Cosas Somos Más Que Vencedores Por Medio De Aquel Que Nos Amó. Romanos 8:35, 37
Un amigo mío que dedica gran
parte del tiempo animando a otros, estaba confundido por las luchas
espirituales de uno de sus hijos, y desesperado clamó: "Dios, pienso que
estoy haciendo mejor trabajo cuidando de tus hijos que el que tú estás haciendo
con el mío". Un día él me comentó: "Tan pronto dije eso, me arrepentí
ante el Señor". No obstante, su frustrante experiencia ilustra un aspecto:
Muchos de nosotros somos tentados, de vez en cuando, a cuestionar el amor de
Dios.
Me identifico con mi amigo, pues
una vez, cuando una de nuestras hijas estaba atravesando por una serie de
experiencias difíciles, dije: "Señor, no trataría a mi hija en la forma
como Tú la estás tratando". También tuve que arrepentirme de mis palabras insolentes
y buscar en las Escrituras la promesa de que el amor de Dios es tan real en los
momentos de adversidad como en los de bendición.
Parece que tanto más creemos y
aceptamos la soberanía de Dios en cada evento de nuestra vida, más somos
tentados a cuestionar su amor, y a pensar: "Si Dios tiene el control de
esta dificultad y puede hacer algo al respecto, ¿por qué no lo hace?" El
rabino Kushner prefirió creer en un Dios que es bueno pero no soberano. En
algunas ocasiones, ojalá momentáneamente, también nosotros somos tentados a
creer en un Dios soberano que no es bueno. Satanás, cuyo primer acto hacia el
hombre fue cuestionar la bondad de Dios, plantará en nuestras mentes el
pensamiento de que Dios en el cielo está burlándose de nuestra aflicción.
Pero no estamos obligados a
escoger entre la soberanía y la bondad de Dios. La Biblia afirma ambos
atributos con igual énfasis, ya que casi en todos los pasajes de la Escritura aparecen
referencias a su bondad y misericordia, así como a su soberanía. En nuestra
lucha contra la adversidad, no nos atrevemos a difamar la bondad de Dios. Como
Philip Hughes dijo: "Creer que El no se interesa es tan inconcebible como
creer que no puede".
El apóstol Juan dijo: "Dios
es amor" (1 Juan 4:8). Esta frase suscinta, junto con su paralela
"Dios es luz" (1 Juan 1:5; es decir, Dios es santo), resume el
carácter esencial de Dios como se nos reveló en las Escrituras. Así como a Dios
le es imposible por naturaleza ser algo menos que perfectamente santo, también
le es imposible ser algo menos que perfectamente bueno.
Puesto que Dios es amor, una
parte esencial de su naturaleza es hacer bien y mostrar misericordia a sus
criaturas. El salmo 145 habla de su "inmensa bondad", de ser
"clemente y misericordioso", de ser "bueno para con todos",
y de tener "misericordia sobre todas sus obras" (vs. 7-9, 17).
Incluso en su papel de juez de los hombres rebeldes, El declara: "No quiero
la muerte del impío" (Ezequiel 13:11).
Cuando nos encontramos en medio
de la adversidad, como frecuentemente suele suceder, una calamidad tras otra
parece seguirnos, y somos tentados a dudar del amor de Dios. No sólo luchamos
contra nuestras propias dudas, sino que Satanás aprovecha esas situaciones para
susurrarnos acusaciones contra Dios, como: "Si El te amara, no hubiera
permitido que esto sucediera". Mi propia experiencia indica que Satanás
nos ataca mucho más en el área del amor de Dios, que en la de su soberanía o
sabiduría.
No podemos evitar ser tentados,
pero si vamos a honrar a Dios confiando en El, no debemos permitir que tales
pensamientos se alojen en nuestras mentes. Como Philip Hughes de nuevo dice:
"Cuestionar la bondad de Dios es, en esencia, sugerir que el hombre se
preocupa más por la bondad que Dios. insinuar que el hombre es más bondadoso
que Dios es arruinar... la propia naturaleza de El. Es negarlo y este es
justamente el empujón a la tentación de cuestionar su bondad".
Volvamos a los dos incidentes
relatados al principio del capítulo. En ambos casos mi amigo y yo dudamos de la
bondad de Dios. Hicimos justamente aquello contra lo que Philip Hughes
advirtió. Aunque sólo momentáneamente, le dijimos a Dios que estábamos más
preocupados acerca del amor hacia nuestros hijos de lo que El lo estaba y que
éramos más bondadosos que El.
En nuestros momentos de sensatez
estas deducciones son inconcebibles, pero en una prolongada adversidad, podemos
empezar a abrigarlas.
Incluso el virtuoso Job, quien al
principio de sus calamidades podía decir:..."Jehová dio, y Jehová quitó;
sea el nombre de Jehová bendito" (Job 1:21), finalmente, llegó al punto en
que también cuestionó la bondad de Dios, y dijo: "Y Dios me ha quitado mi
derecho" Y..."De nada servirá al hombre el conformar su voluntad a
Dios" (Job 34:5,9).
Si Dios es perfecto en su amor y
abundante en su bondad, ¿cómo combatir nuestras dudas y las tentaciones de
Satanás para cuestionar su bondad?¿Qué verdades acerca de Dios necesitamos
albergar en nuestros corazones para usarlas como armas contra la tentación de dudar
de su amor?
EL AMOR DE DIOS EN EL CALVARIO
No hay duda de que la prueba más
convincente del amor de Dios en toda la Escritura es la entrega de su Hijo para
que muriera por nuestros pecados.
En Esto Se Mostró El Amor De Dios Para Con
Nosotros, En Que Dios Envió A Su Hijo Unigénito Al Mundo, Para Que Vivamos Por
Él. En Esto Consiste El Amor: No En Que Nosotros Hayamos Amado A Dios, Sino En
Que Él Nos Amó A Nosotros, Y Envió A Su Hijo En Propiciación Por Nuestros
Pecados (1 Juan 4:9-10).
Juan dijo que Dios es amor, y así
lo mostró, enviando a su Hijo a morir por nosotros.
Nuestra mayor urgencia no es
librarnos de la adversidad, pues todas las dificultades que puedan ocurrir en
esta vida no pueden, en ninguna forma compararse con la total calamidad de la
separación eterna de Dios. Jesús dijo que ningún bienestar terrenal se puede
comparar con el gozo eterno de que nuestros nombres están escritos en el cielo
(Lucas 10:20). De forma similar, ninguna adversidad se puede equiparar con la
terrible calamidad del juicio eterno de Dios en el infierno.
Por lo tanto, cuando Juan dijo
que Dios mostró su amor al enviar a su Hijo, estaba diciendo que lo mostró al
suplir nuestra mayor necesidad, la cual es tan grande que ninguna otra puede
siquiera comparársele de cerca. Si queremos una prueba del amor de Dios por nosotros,
entonces debemos mirar primero a la cruz donde ofreció a su Hijo en sacrificio por
nuestros pecados. El Calvario es la prueba concreta, absoluta e irrefutable del
amor de Dios por nosotros.
El alcance del amor de Dios en el
Calvario se observa en el costo infinito de entregar a su Hijo unigénito y en
la condición desdichada y miserable de aquellos que amaba. Dios no podía
librarnos de nuestros pecados sin un costo inmensurable para El y su Hijo. Y
por su gran amor hacia nosotros, ambos quisieron, -más que por sólo buena
voluntad, pagar ese alto costo, al dar el Padre a su Hijo unigénito, y el Hijo
al entregar su vida por nosotros.
Una de las características
esenciales del amor es el autosacrificio, y éste nos fue demostrado hasta el
máximo en el amor de Dios en el Calvario.
Considere también la condición
miserable y desdichada de aquellos que Dios amaba. Pablo dijo: "Mas Dios
muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió
por nosotros" (Romanos 5:8). Algunas veces es difícil para los que hemos
sido educados en hogares cristianos o moralmente rectos, apreciar él peso de la
afirmación de Pablo "siendo aún pecadores". Ya que éramos personas
generalmente rectas, y moralmente decentes a los ojos de nuestra sociedad y de
nosotros mismos, es difícil vernos como Dios nos vio, como infelices,
miserables y rebeldes pecadores.
Pero Pablo nos describe como
muertos en nuestros delitos y pecados (Ef. 2:1). La visión de Ezequiel de
Israel como un valle de huesos secos (Ezequiel 37), sería una descripción adecuada
de todos nosotros antes de nuestra salvación. Una vez un amigo y yo, estábamos maravillados
de la conversión de uno de los criminales de cuello blanco más notables de nuestro
tiempo. Le dije a mi amigo "¿qué"... y antes de nuestra salvación no
estábamos tan muertos espiritualmente como él?" Sin importar qué tan
rectos éramos moralmente antes de ser salvos, aparecíamos ante Dios como la
casa de Israel, nada más que un montón de huesos muy secos.
En Efesios 2, Pablo continúa con
su descripción de nuestra condición desdichada. Dice que seguimos la corriente
de este mundo (v 2), es decir, de la sociedad impía que nos rodea.
No sólo eso sino que también
seguimos al diablo, a quien Pablo llama el príncipe de la potestad del aire.
Tal vez no era por una elección consciente y deliberada que seguíamos al diablo,
sino porque estábamos bajo su potestad y dominio (ver Hechos 26:18, Colosenses 1:13).
En realidad éramos siervos del
principal enemigo de Dios. Además, Pablo dice que..."vivimos en otro
tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de
los pensamientos". (v 3). Vivíamos para nosotros mismos, para nuestras ambiciones,
deseos y placeres. Pablo continúa, entonces, con su descripción de nosotros antes
de ser salvos, concluye con la afirmación de que por naturaleza éramos objeto
de la ira de Dios. No debemos olvidar el hecho de que la ira de Dios es muy
real y justificada.
Todos hemos pecado continuamente
contra un Dios santo y justo; nos hemos rebelado voluntariamente contra sus
mandatos, desafiado su ley moral y actuado en total oposición a su voluntad
conocida para nosotros. Debido a estas acciones éramos objeto de su ira.
Tal vez se pregunte por qué, en
un capítulo sobre el amor de Dios en la adversidad, aparentemente he divagado
sobre nuestra condición pecadora. Lo he hecho por dos razones:
Primera, debemos reconocer la
profundidad del amor de Dios, no sólo al dar a su Hijo unigénito, sino al
entregarlo para que muriera por personas tales como Pablo nos ha descrito.
Pero he tratado este punto por
otra razón. Cuando empezamos a cuestionar el amor de Dios, necesitamos recordar
quiénes somos. No tenemos ningún derecho a su amor, y no merecemos ni un
poquito de su bondad. Una vez escuché a un orador que decía: "Cualquier cosa
a este lado del infierno es pura gracia". No sé de nada que corte tan
rápidamente la actitud desafiante de ¿por qué me sucedió esto a mí? como darnos
cuenta de quiénes somos en realidad ante Dios, considerados en nosotros mismos,
separados de Cristo.
Vemos entonces, que Dios nos amó
cuando no lo merecíamos, cuando no había nada en nosotros que justificara su
amor.
Cada vez que nos sintamos
inclinados a dudar del amor de Dios por nosotros, debemos volvernos a la cruz,
razonando de esta forma: Si Dios me amó tanto como para entregar a Jesús a la
muerte cuando yo era su enemigo, puedo tener la certeza de que me ama lo suficiente
como para cuidarme ahora que soy su hijo. Habiéndome amado hasta el punto máximo
de la cruz, no puede dejar de amarme en mis momentos de adversidad. Después de dar
ese invaluable regalo, su Hijo, seguramente también dará todo lo que sea
consistente con su gloria y mi bien.
Observe que dije: Debemos
razonar. Si vamos a confiar en Dios en la adversidad, tenemos que usar nuestras
mentes en esos momentos para razonar sobre las grandes verdades de su
soberanía, sabiduría y amor como se nos revelan en las Escrituras. No podemos
permitir que nuestras emociones dominen nuestras mentes. Mas bien debemos, buscar
que la verdad de Dios las gobierne. Nuestras emociones deben convertirse en subalternos
de la verdad. Esto no quiere decir que no sintamos el dolor de la adversidad y
la aflicción. Lo sentimos profundamente.
Tampoco significa que debemos
esconder nuestro dolor emocional tras una actitud estoica. Sentimos el
sufrimiento en la dificultad, pero no debemos permitirle hacernos caer en
pensamientos duros hacia Dios.
Puede parecer frío e incluso no
espiritual, tratar de razonar acerca de las verdades del amor de Dios en
circunstancias de angustia, dolor y desilusión. Pero no lo es. Pablo, en uno de
los pasajes más exaltados de la Escritura, usó una forma de razonar, una
reflexión de mayor a menor, cuando dijo: "El que no escatimó ni a su
propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también
con él todas las cosas?" (Ro. 8:32). Pablo argumentó que si Dios nos amó
tanto como para ofrecernos el regalo más grande que jamás se puede concebir,
con seguridad no nos negará ninguna bendición menor.
Para afianzar esta verdad en una
forma más aplicable a nuestro tema actual pensemos: Si el amor de Dios fue
suficiente para mi mayor necesidad, la salvación eterna, con seguridad lo es
para mis necesidades más pequeñas, las adversidades que encuentro en esta vida.
Si vamos a llegar a la misma convicción sincera de Pablo, que ninguna
adversidad nos puede separar del amor de Dios, tenemos que utilizar nuestras
mentes para discurrir sobre estas grandes verdades de la Escritura como Pablo
lo hizo.
EL AMOR DE LA FAMILIA DE DIOS
Por la gracia de Dios al haber
confiado en Cristo como nuestro salvador, como creyentes hemos sido puestos en
la familia de Dios. El ha pactado ser nuestro Dios, y que nosotros seamos su
pueblo (Hebreos 8:10). A través de Cristo nos ha adoptado como sus hijos y nos ha
enviado su Espíritu Santo para que viva dentro de cada uno y testifique con
nuestro espíritu que somos sus hijos. El Espíritu Santo nos da testimonio de
esta relación filial que tenemos con Dios cuando hace que clamemos en nuestros
corazones: "Abba, Padre"
(Romanos 8:15-16). Se dice que en
la casa de los judíos, los esclavos no podían emplear la palabra
"abba" para dirigirse al jefe de familia, ya que ésta era reservada
para los hijos. Por lo tanto, el uso que Pablo le da nos hace entender cuán
profundamente nos asegura el Espíritu que en realidad somos hijos del supremo
Dios, ahora nuestro Padre celestial.
Como nuestro Padre celestial,
Dios ama a sus hijos, con un amor muy especial, un amor paternal. Nos
llama..."escogidos de Dios, santos y amados" (Col. 3:12, énfasis del
autor).
Tan increíble como pueda
parecer..."se gozará sobre ti con alegría... se regocijará sobre ti con
cánticos" (Sofonías 3:17). El se goza en nosotros como un padre lo hace
con sus hijos.
Como Matthew Henry observó cuando
comentó sobre Sofonías 3:17: "El gran Dios no sólo ama a sus santos, sino
que se deleita en amarlos". Dios se regocija en amarnos porque somos de su
exclusiva propiedad.
En el salmo 103:11 David habla
del amor paternal de Dios en esta forma: "Porque como la altura de los
cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le
temen".
En el capítulo anterior vimos que
los caminos de Dios están por encima de los nuestros, como los cielos están por
encima de la tierra. Aquí notamos que el amor de Dios por los suyos es tan alto
como los cielos por encima de la tierra. Por lo tanto, así como la sabiduría de
Dios, o la altura de los cielos, no se pueden medir, tampoco lo podemos hacer
con el amor de Dios por nosotros. Este es perfecto no sólo en su efecto, sino
infinito en su extensión. Ninguna calamidad que nos sobrevenga, por grande que
sea, nos va a llevar más allá del límite del amor paternal de Dios.
EL AMOR DE DIOS EN CRISTO
Este amor de Dios sublime y sin
medida es derramado sobre nosotros, no por quienes somos o por lo que somos,
sino porque estamos en Cristo Jesús. Observe que en Romanos 8: 39 Pablo dice
que: "(Nada) nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor
nuestro". El amor de Dios fluye en nosotros completamente a través de, o
en Jesucristo.
Pablo usa con frecuencia el
término en Cristo para referirse a nuestra unión, espiritualmente vital con
Jesucristo. Jesús habla de esta misma unión en su parábola de la vid y los
pámpanos en Juan 15. Así como los pámpanos están vitalmente unidos a la vid para
dar vida, los creyentes, en un sentido espiritual, lo están a Cristo. Como las
partes del cuerpo están vitalmente unidas a la cabeza, en la misma forma,
estamos espiritualmente relacionados a Cristo.
Es muy importante que nos
apropiemos de este concepto crucial de que el amor de Dios para nosotros está
en Cristo. Así como el amor de Dios por su Hijo no puede cambiar, tampoco su
amor para nosotros, porque estamos unidos con aquel a quien El ama.
EL AMOR DE DIOS PARA NOSOTROS NO PUEDE
FLUCTUAR COMO EL AMOR POR SU HIJO NO FLUCTÚA.
Constantemente somos tentados a
examinar nuestro interior para encontrar alguna razón por la cual Dios debería
amarnos. Por supuesto, con frecuencia esa búsqueda es desalentadora.
Generalmente, encontramos dentro de nosotros, razones por las cuales pensamos
que Dios no nos debería amar. Esta búsqueda es antibíblica, pues la Biblia es muy
clara en afirmar que Dios no busca dentro de nosotros una razón para amarnos,
sino que nos ama porque estamos en Jesucristo.
Cuando nos mira, no nos ve como
cristianos "solos", resplandeciendo en nuestras buenas obras, aunque
sean buenas porque somos creyentes. Por el contrario, cuando nos mira, nos ve
unidos a su Hijo amado, investidos de su rectitud. Nos ama, no porque seamos
encantadores en nosotros mismos, sino porque estamos en Cristo.
Aquí tenemos entonces otra arma
de verdad que deberíamos guardar en nuestros corazones para usarla contra
nuestras dudas y la tentación de cuestionar el amor de Dios por nosotros. El
amor de Dios por nosotros no puede fallar como no falla su amor por Cristo.
Debemos aprender a ver nuestras adversidades desde el punto de vista de nuestra
unión con Cristo. Dios no nos trata como a individuos "que permanecen
libres", sino individualmente, pero como individuos unidos a Cristo.
EL AMOR SOBERANO DE DIOS
En capítulos anteriores vimos
ampliamente la soberanía de Dios sobre todo su universo, la cual se ejerce
principalmente para su gloria. Pero, puesto que usted y yo estamos en Jesucristo,
su gloria y nuestro bien están enlazados, y cualquier cosa que sea para nuestro
bien es para su gloria.
Por tanto, con la garantía de la
Escritura, podemos decir que Dios ejerce su soberanía a nuestro favor. Pablo
dice en Efesios 1:22-23: "Y sometió todas las cosas bajo sus pies (de Cristo),
y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo,
la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo". Así pues, Cristo reina
sobre todo el universo para beneficio de su cuerpo, la Iglesia. Ya hemos visto
que la soberanía de Dios es absoluta sobre los más imponentes poderes
terrenales o espirituales, y penetra en los más mundanos e insignificantes
detalles de la vida. Ahora vemos en Efesios 1:22-23 que este poder es ejercido
por Cristo para beneficio de su cuerpo que es la Iglesia.
Puesto que la Iglesia es su
cuerpo, Cristo ejerce su soberanía en su beneficio. Dicho en palabras del
comentarista del Nuevo Testamento William Hendriksen: "Puesto que El está tan
íntima e indisolublemente unido y la ama con tan profundo, ilimitado e
inalterable amor". Cristo está usando su poder para el gobierno del
universo. Y continúa diciendo:
"La cercanía de la unión, el
insondable carácter del amor entre Cristo y su Iglesia se enfatizan en el
simbolismo cabeza-cuerpo... Puesto que la Iglesia es el cuerpo de Cristo, con
la cual está vitalmente unido, la ama tanto que en su interés ejerce su
infinito poder haciendo que todo el universo con todo lo que está en él
coopere, sea voluntaria o involuntariamente".
Podemos ver que nuestra unión con
Cristo garantiza que el poder soberano de Dios sea ejercido a nuestro favor.
Por supuesto, no significa que, debido a nuestra unión con Cristo, no debemos
esperar ninguna adversidad. Las Escrituras enseñan con claridad exactamente lo
contrario. Lo que significa, es que esas adversidades están siendo controladas
por Dios y usadas por El, sólo en la forma en que su sabiduría y amor lo
dictan.
Esta idea de la soberanía de Dios
unida con su amor por el beneficio de su pueblo se expresa en otro símbolo, el
pastor y sus ovejas, en Isaías 40. En los versículos 10-11, el profeta dice:
He aquí que Jehová el Señor
vendrá con poder, y su brazo señoreará... Como pastor apacentará su rebaño; en
su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente
a las recién paridas.
La yuxtaposición, en este pasaje,
del poder soberano de Dios y su bondadoso cuidado por su rebaño, es
sorprendente. El brazo del Señor en la Escritura siempre es un símbolo de su gran
poder y fortaleza; y el título Pastor, cuando se le da a Dios, generalmente
indica su tierno cuidado y constante vigilancia.
En este pasaje, el dominio
absoluto de Dios y su tierno cuidado se unen para el beneficio de su pueblo. El
mismo brazo que es levantado con poder sobre todo el universo, es usado para
reunir sus ovejas y llevarlas junto a su corazón. Ningún símbolo es más apropiado
para mostrar el amor de Dios que el del fiel y tierno pastor acercando sus
corderos a su corazón.
Y ES ASÍ COMO NOSOTROS TAMBIÉN SOMOS
LLEVADOS EN BRAZOS DEL PODER SOBERANO.
Alexander Carson dijo: "La
soberanía de Dios siempre se manifiesta a su pueblo en sabiduría y amor. Esa es
la diferencia entre la soberanía de Dios y la soberanía del hombre.
Tememos a la del hombre, porque
no tenemos seguridad de que sea ejercida con misericordia o incluso con
justicia. Nos regocijamos en la soberanía de Dios, porque estamos seguros de
que siempre es ejercida para el bien de su pueblo". Esta es la diferencia entre
la soberanía de Dios y la del hombre.
El profesor Berkouwer dijo:
"La providencia de Dios no es sólo cuestión de invencibilidad y poder
divinos, sino de invencibilidad y poder de su amor". El también dijo:
"Este es el consuelo, que
permanecemos a disposición de un Padre celestial misericordioso a quien con
confianza nos podemos entregar... El hace un pacto eterno de gracia con nosotros
y nos adopta como sus hijos y herederos. Por lo tanto, nos proveerá todas las
cosas buenas, y alejará todo mal o lo tornará para nuestro bien".
El salmista dijo: "En mi
corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti" (Sal. 119:11).
Murmurar contra Dios y cuestionar su bondad es de hecho pecado. Deberíamos trabajar
tan diligentemente en confiar en el amor de Dios como lo hacemos en obedecer
sus mandatos. Si vamos a confiar en su amor, debemos guardar en nuestros
corazones las grandes verdades que hemos visto en este capítulo como son: El
amor de Dios en el Calvario, nuestra unión con Cristo y la soberanía del amor
de Dios ejercida en nuestro beneficio.
El amor de Dios es una verdad
objetiva que no se puede contradecir, pero es una realidad que debemos guardar
en nuestras mentes y corazones. Luego tenemos que usarla en medio de la
adversidad para controlar nuestras dudas, combatir las acusaciones de Satanás y
glorificar a Dios confiando en El.