Por Lo Cual Estoy Seguro De Que Ni La Muerte, Ni La Vida, Ni Ángeles, Ni Principados, Ni Potestades, Ni Lo Presente, Ni Lo Por Venir, Ni Lo Alto, Ni Lo Profundo, Ni Ninguna Otra Cosa Creada Nos Podrá Separar Del Amor De Dios, Que Es En Cristo Jesús Señor Nuestro. Romanos 8: 38-39
En el capítulo anterior decíamos
que el amor de Dios es soberano; que su poderoso brazo es también un brazo
tierno. Pero parece que con mucha frecuencia no vemos o sentimos su amor
supremo ejercido en nuestro beneficio. De pronto, nos encontramos envueltos en
toda clase de calamidades, y nos consideramos como las víctimas del “destino
cruel de la naturaleza”, de las injusticias de otras personas, y de
adversidades que ocurren sin ninguna causa racional.
Es en momentos así que debemos
tomar en fe nuestra actitud de seguridad en el amor de Dios que nos enseñan las
Escrituras. No podemos evadir uno de los principios básicos de la vida
cristiana. “por fe andamos, no por vista" (2 Corintios 5:7). Ciertamente,
nuestra fe con frecuencia titubea y, así como por momentos cuestionamos la
sabiduría de Dios, momentáneamente lo hacemos con su bondad y amor. Seremos
como David cuando dijo:
"Decía yo en mi premura:
Cortado soy de delante de tus ojos". (Sal. 31:22). Con frecuencia esa es
nuestra primera reacción cuando llega la adversidad, nos sentimos cortados de
la presencia del Señor, de su amor y de su tierno cuidado.
Pero también debemos aprender a
decir con David: "pero tú oíste la voz de mis ruegos cuando a ti
clamaba" (Sal. 31:22). Dios no puede abandonarnos porque somos sus hijos,
en unión bendita con su Hijo. No podemos ser cortados de su vista. Pero podemos
serlo de la seguridad de su amor cuando permitimos que la duda y la
incredulidad encuentren fundamento en nuestros corazones.
Isaías habla del pueblo de Dios
(llamado Sion) cuestionando el amor de Dios: "Pero Sion dijo: Me dejó
Jehová, y el Señor se olvidó de mí" (Isaías 49:14). Sin embargo la
respuesta de Dios a las dudas de su pueblo es enérgica "¿Se olvidará la
mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre?
Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti" (v 15).
Para ilustrar su amor por
nosotros, Dios usa la unión más estrecha posible, el bebé lactando del pecho de
su madre. Pero ni la ilustración más fuerte del amor humano es suficiente para
demostrar el amor de Dios por sus hijos, puesto que desafortunadamente es posible
que una madre descuide a su bebé. Las madres son pecadoras, y a veces sus intereses
egoístas están por encima de su amor natural.
El más grande amor humano puede fallar,
pero el amor de Dios no. Edward J. Young dice acerca de este pasaje: "Dios
no sólo no olvidará, sino que no puede olvidar. Esta es una de las más fuertes,
si no la más sólida, expresión del amor de Dios en el Antiguo Testamento".
Luego, Young cita a otro hombre de Dios: "En una palabra, aquí el profeta
nos describe el inconcebible cuidado con el que Dios protege incesantemente
nuestra salvación, que podemos estar completamente convencidos de que nunca nos
abandonará, aunque podemos ser afligidos por grandes y numerosas
calamidades".
En Lamentaciones 3, el autor del
libro, tradicionalmente atribuido a Jeremías, personifica la nación de Judá
después de ser destruida por el ejército de Babilonia. Si alguien pudo haberse
sentido separado de la presencia de Dios fue esta nación, justamente por su
maldad e idolatría.
Pero el autor no sólo personifica
a la nación, pues da la impresión de que él personalmente siente la separación
de Dios. No se sabe si sólo está empleando un instrumento literario o
permitiendo que sus sentimientos afloren. Cualquiera que en alguna oportunidad
se haya sentido cortado de la presencia de Dios, y olvidado por El, puede meditar
con gran sentimiento la miseria que él describe en Lamentaciones 3:1-20. La sección
termina con esta afirmación:
Acuérdate de mi aflicción y de mi
abatimiento, del ajenjo y de la hiel; lo tendré aún en memoria, porque mi alma
está abatida dentro de mí (Lamentaciones3:19-20).
El escritor ha llegado al fondo
del barril, emocional y espiritualmente. Pero luego el ánimo cambia por
completo, y en el versículo 21 dice: "Esto recapacitaré en mi corazón, por
lo tanto esperaré". Luego sigue uno de los pasajes más grandes de toda la
Biblia, que ha traído esperanza y aliento a innumerables creyentes a través de
los siglos:
Por la misericordia de Jehová no
hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son
cada mañana; grande es tu fidelidad (Lamentaciones 3:22-23).
¿Cuál fue la causa de este cambio
tan drástico en el corazón del escritor? Se volvió de las circunstancias del
momento al Señor. No estaba separado de Dios. N i siquiera la nación, en la
profundidad de su pecado fue separada del amor de Dios, quien la disciplinó con
severidad, pero no dejó de amarla. Nosotros también, si hablamos de la gran fidelidad
de Dios, debemos dirigir nos de nuestras circunstancias al Señor, ver los
acontecimientos a través de su amor, y no como estamos acostumbrados a hacerlo,
viendo su amor, a través de ellos.
¿Cómo se volvió el escritor al
Señor? Reflexionando sobre el amor, la compasión y fidelidad de Dios. Eso es lo
que nosotros también debemos hacer, y es la razón por la cual tenemos que
guardar en nuestros corazones algunos de estos grandes pasajes sobre su amor, y
tenerlos listos para emplearlos cuando la adversidad nos golpee, o la
desconfianza y tentaciones de incredulidad surjan en nuestro corazón.
EL AMOR DE DIOS EN LA DISCIPLINA
La seguridad de la Biblia en
cuanto a la soberanía y constancia del amor de Dios no implica que no debamos
esperar la adversidad. Por el contrario, el autor de Hebreos nos asegura que la
disciplina, en forma de adversidad, es una prueba de su amor. "Hijo mío, no
menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por
él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por
hijo" (He. 12:5-6).
Equivocadamente buscamos señales
del amor de Dios en la felicidad, pero más bien deberíamos buscarlas en su obra
fiel y constante para conformarnos a Cristo. Como Philip Hughes ha observado:
"La disciplina es el distintivo, no de un padre severo y sin corazón, sino
de un padre que está profunda y amorosamente intranquilo por el bienestar de
sus hijos".
El autor de Hebreos acepta que la
disciplina divina es dolorosa, y de hecho su propósito es serlo; pues no lo cumpliría
si no lo fuera. Pero Dios en su infinita sabiduría y perfecto amor nunca nos
disciplinará en exceso, y jamás permitirá ninguna adversidad en nuestras vidas
que no sea, finalmente para nuestro bien. Podemos tener la certeza de que no sufrimos
innecesariamente. Como Lamentaciones 3:33 declara: "Porque no aflige ni
entristece voluntariamente a los hijos de los hombres".
Dios nos disciplina con renuencia
aunque lo hace fielmente. No se complace en nuestras adversidades, pero no
desaprovecha lo que necesitamos para crecer más y más a imagen de su Hijo.
Nuestra condición espiritual pecaminosa hace que la corrección sea necesaria.
No estamos diciendo que cada
adversidad que ocurra en nuestras vidas esté relacionada con algún pecado
específico que hayamos cometido. El aspecto con el que Dios trata en nuestras
vidas no es tanto, lo que hacemos, sino lo que somos. Todos tendemos a menospreciar
el carácter pecaminoso que hay en nuestros corazones.
No vemos hasta dónde llegan el
orgullo, la autoconfianza, las ambiciones egoístas, la terquedad, la auto
justificación, falta de amor y desconfianza en Dios, que El sí ve. Pero la
adversidad hace salir a la superficie estas disposiciones pecaminosas, tal como
el fuego refinador saca las impurezas del oro fundido.
No siempre podemos discernir qué
provecho espiritual específico trae a nuestras vidas una adversidad en
particular. Con frecuencia, observamos a Dios tratando alguna necesidad obvia
pero es posible que no veamos todo lo que está haciendo en nosotros. Sin embargo,
El obra a través de nuestras dificultades, haciendo en nosotros lo que le
agrada (He. 13:21).
Me referí brevemente a Romanos
8:28 en un capítulo anterior, y señalé que el "bien" del que habla
Pablo se define en el versículo 29 como ser conformado a la imagen del Hijo de Dios.
Pero ahora analicemos detalladamente el versículo 28, que dice: "Y sabemos
que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien". Muchas de
las "cosas" que Pablo tiene en mente, son malas en sí mismas.
No hay nada esencialmente bueno
en defectos de nacimiento, calamidades naturales y muchas de las adversidades
que podemos encontrar. Y cuando alguien hace algo malo contra nosotros,
ciertamente no hay bien inherente en ello.
Pero en la infinita sabiduría y
amor de Dios, El toma todos los eventos de nuestras vidas, tanto buenos como
malos, y los combina para que trabajen en últimas para nuestro bien, el bien
que El se ha propuesto.
Mientras crecía en Texas,
disfrutaba las galletas de leche y mantequilla que mi madre preparaba de la
"raspa" para el desayuno cada mañana. Pero no había un solo
ingrediente que hubiera saboreado por sí solo. Es más, después de ser mezclados
no me hubiera interesado por la masa. Únicamente después de ser mezclados en la
proporción correcta por las hábiles manos de mi madre, y puestas en el horno
estaban listas para disfrutarlas en el desayuno.
Las "cosas" de Romanos
8:28, son como los ingredientes de la masa de las galletas. Solos no son
apetitosos, los evitamos, y por supuesto nos retiramos del calor del horno.
Pero cuando Dios, en su infinita sabiduría, los ha mezclado y cocinado
apropiadamente en el horno de la adversidad, un día diremos: Es bueno.
Ya que analizamos la disciplina a
través de la adversidad, debemos ser cuidadosos en no igualar cierta cantidad
de ella con un grado de pecado en nuestra vida o la de otra persona.
Algunas de las personas más
conformadas a Cristo que he conocido parecen experimentar la peor adversidad.
Podemos mirar a Job para observar esta realidad en la Biblia. Dios mismo dijo
de él: "no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso
de Dios y apartado del mal" (Job 1:8). Sin embargo, no conozco a nadie,
excepto al Señor Jesucristo, que alguna vez haya vivido toda la calamidad que
Job sufrió.
Uno de mis amigos ha descrito el
tema del libro de Job como, "Dios haciendo a un hombre bueno, mejor".
Así pues, si usted cree que experimenta más de su "justo compartir" de
la adversidad, no permita que una aparente relación entre el sufrimiento y el
pecado lo desanime. Dios puede tener en mente algo más que la disciplina
correctiva. Por ejemplo, parece haber poca duda cuando los hermanos de José
necesitaban mucha más disciplina correctiva que él, y sin embargo, ninguno de
ellos sufrió tanto como él.
LA MISERICORDIA DEL AMOR DE DIOS
Una expresión que se emplea muy a
menudo en los Salmos, es el inagotable amor de Dios. Por ejemplo, el Salmo
32:10 dice: "Mas al que espera en Jehová, lo rodea la misericordia".
Piense en lo que eso significa. El amor (le Dios no puede fallar. Es permanente,
inmutable y fijo.
En todas las adversidades por las
que pasemos, el amor de Dios es inagotable. Como nos dice la Escritura en
Isaías 54:10: "Porque los montes se moverán, y los collados temblarán, pero
no se apartará de ti mi misericordia, ni el pacto de mi paz se quebrantará,
dijo Jehová, el que tiene misericordia de ti". Puesto que su amor no puede
Billar, El sólo permitirá en nuestras vidas el dolor y la angustia que al final
sea para nuestro bien.
Incluso la aflicción que Dios
traiga a nuestras vidas res menguada por su compasión, pues,..."Antes si
aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias" (Lm. 3:32).
Aquí la promesa es que Dios mostrará compasión. No basta con decir que es compasivo,
sino que mostrará compasión. Es decir, inclusive el fuego de la aflicción será mitigado
por su bondad, la cual nace de su amor inagotable. Nuestras aflicciones siempre
están acompañadas por la misericordia y el consuelo de Dios.
Pablo experimentó la compasión de
Dios en medio de su dolor. Para evitar el orgullo en su vida, Dios le dio un
aguijón en la carne. No sabemos cuál era el aguijón, pero sí sabemos que era
una gran aflicción, ya que en tres oportunidades pidió al Señor que se lo
quitara, pero El le dijo no, y por el contrario, le contestó: “Bástate mi
gracia” (2 Corintios 12:9). El Señor trajo dolor a la vida de Pablo para su
bien, pero también mostró compasión dándole gracia, en este caso, fortaleza
divina, para soportar el dolor, y no dejo que Pablo sufriera solo el aguijón en
la carne.
En su compasión, proveyó los
recursos divinos para pasar las pruebas, por lo cual, Pablo se regocijo al
final en su aflicción, porque por medio de ella experimento el poder
sobrecogedor de Dios.
Pablo recibió gracia cuando la necesito,
pues Dios no nos da toda la fortaleza divina que nos hace falta para la vida
cristiana el día que confiamos en Cristo. Mas bien, en las Escrituras David
habla de la bondad de Dios, la cual está reservada sólo para los que le temen
(Sal. 31:19). Así como debemos reservar (el significado de "guardar"
en el Salmo 119:11) la Palabra de Dios en nuestros corazones para un momento de
tentación, de igual forma el Señor reserva bondad o gracia para nuestras
situaciones de adversidad. No la recibimos antes de necesitarla, pero nunca la
recibimos demasiado tarde.
Pienso en un médico cuyo hijo
nació con un defecto incurable, que lo dejó cojo de por vida. Le pregunté al
padre cómo se sentía cuando él, que había dedicado su vida a tratar las enfermedades
de otras personas, se veía impotente ante la condición incurable de su hijo. Me
respondió que su mayor conflicto era la tendencia a reducir los próximos veinte
años de la vida de su hijo a ese primer momento cuando supo de su condición.
Visto de esta forma, la adversidad era abrumadora. Dios no da veinte años de
gracia hoy; por el contrario, la da día a día. Como dice el himno: "Día en
día, Cristo está conmigo, me consuela en medio del dolor pues confiando en su
poder eterno, no me afano ni me da temor".
LA PRESENCIA DE DIOS CON NOSOTROS
El amor de Dios es inagotable, su
gracia siempre es suficiente. Pero todavía hay más buenas nuevas. El está con
nosotros en nuestra adversidad, y no envía simplemente la gracia del cielo para
que podamos soportar las pruebas, sino que El mismo viene a darnos auxilio, y
nos dice: "No temas... yo soy tu socorro" (Isaías 41:14).
En Isaías 43:2, Dios dice:
"Cuando pases por las aguas yo estaré contigo; y si por los ríos, no te
anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en
ti". Dios
promete específicamente estar con
nosotros en nuestras penas y angustias. El no nos protegerá de las aguas del
dolor y los fuegos de la adversidad, sino que los atravesará con nosotros.
Aun cuando las aguas y los fuegos
sean los que Dios ha traído a nuestras vidas, El las cruza con nosotros. La
mayoría de las promesas de su gracia de estar con nosotros, fueron dadas
primero a la nación de Judá en tiempos de decadencia espiritual. El, por medio
de sus profetas estuvo advirtiendo constantemente al pueblo del juicio venidero
y aún en medio de estas advertencias, encontramos las increíbles promesas de
estar con ellos. Dios juzgó la nación, pero nunca la abandonó, pues incluso en
sus juicios, El permanecía con ella. Como dijo el profeta Isaías: "En toda
angustia de ellos, él fue angustiado" (Isaías 63:9).
Por lo tanto, sin importar la
naturaleza o causa de nuestras adversidades, Dios nos acompaña a través de
ellas, y dice:..."yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre
te sustentaré con la diestra de mi justicia" (Isaías 41:10). Es frecuente
que en medio de nuestras dificultades experimentemos la más bella manifestación
de su amor.
Como dijo Pablo en 2 Corintios
1:5: "Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de
Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación".
Cristo se identifica con nosotros
en nuestras angustias. Cuando confrontó a Saulo en el camino a Damasco, le
dijo:..."Saulo, Saulo ¿por qué me persigues"? Y a su pregunta: "¿Quién
eres, Señor?" respondió: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues"
(Hechos 9:4-5).
Puesto que su pueblo estaba en
unión con El, perseguirlo era perseguirlo a El. Esta verdad no es diferente
hoy; usted está en unión con Cristo, tan cierto como que lo estaban los discípulos
del libro de Hechos. Y puesto que usted está identificado con Cristo, El
comparte sus adversidades.
En cualquier forma que veamos
nuestras adversidades, observamos que la gracia de Dios es suficiente y su amor
apropiado. Nada puede separarnos de él. Pablo dijo: "Ni lo alto, ni lo
profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que
es en Cristo Jesús Señor nuestro" (Romanos 8:39).
El amor inagotable de Dios por
nosotros es un hecho concreto afirmado una y otra vez en las Escrituras. Es
cierto, creámoslo o no. Nuestras dudas no destruyen su amor ni nuestra fe lo
crea. Este se origina en la naturaleza de El, quien es amor, y fluye en
nosotros por nuestra unión con su Hijo amado.
Pero la experiencia de ese amor y
el alivio que nos da depende de si creemos la verdad del amor de Dios como se
nos revela en las Escrituras. Las dudas acerca de su amor, que permitimos se
queden en nuestro corazón, seguramente nos privarán del alivio de experimentar
la tranquilidad de su amor. El comentarista escocés del siglo XIX John Brown,
tiene un aporte útil sobre esta verdad. El dijo:
La única forma como "los
sufrimientos del tiempo presente" pueden interponerse entre el cristiano,
el amor de Dios y Cristo, es cuando cede ante una tentación o se sumerge bajo
ellos en incredulidad. Luego viene una nube entre él y la luz del semblante de
su Padre. Pero la nube no es la aflicción, sino el pecado; y es un acuerdo
misericordioso que sea así. El deseo de comodidad le dice que algo está mal.
Es cierto que dependemos del
Espíritu Santo para que nos capacite para confiar en el amor de Dios, debemos
hacerlo para que nos ayude a obedecer sus mandatos. Pero así como somos
responsables de obedecer sabiendo que El está obrando en nosotros, también lo
somos de confiar en El con la misma actitud de dependencia y confianza. Muchas
veces, en nuestra desesperación, podemos obrar como lo hizo un hombre ante
Jesús cuando clamó y dijo: "Creo; ayuda mi incredulidad" (Marcos
9:24).
EN MOMENTOS DE AFLICCIÓN LUCHAREMOS
CON DUDAS ACERCA DEL AMOR DE DIOS.
Si nunca tuviéramos que hacerlo,
nuestra fe no crecería. Pero debemos comprometernos a luchar contra ellas; no
podemos permitirles que nos abrumen. Durante épocas aparentemente intolerables,
podemos sentirnos como David, quien en un momento de gran desesperación dijo:
¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me
olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí? (Sal. 13:1).
David tenía sus dudas y luchó con
ellas. En efecto, en el siguiente versículo continúa su enfrentamiento e mando
pregunta: "¿Hasta cuándo pondré consejos en mi alma?' El sintió que Dios,
al menos por un tiempo, lo había abandonado. Pero, por el poder capacitador de Dios,
ganó su lucha, venció sus dudas Y luego pudo decir:
Mas yo en tu misericordia he
confiado; mi corazón se alegrará en tu salvación. Cantaré a Jehová, porque me
ha hecho bien (Sal. 13:5-6).
USTED Y YO, COMO DAVID, DEBEMOS LUCHAR
CON NUESTROS PENSAMIENTOS.
Con la ayuda de Dios nosotros
también llegaremos al punto, aun en medio de las adversidades, en que podremos
decir: "Confío en tu inagotable amor".