En El Día Que Temo, Yo En Ti Confío. En Dios Alabaré Su Palabra; En Dios He Confiado; No Temeré; ¿Qué Puede Hacerme El Hombre? Salmo 56:3-4
Mientras escribía este libro, le
encontraron a mi esposa un tumor grande y maligno en la cavidad abdominal. Después
de ocho semanas de radioterapia, más un mes de espera, el doctor le ordenó un
TAC para determinar si el tumor había sido tratado con éxito. El día anterior a
la entrega de los resultados del examen, mi esposa se encontraba temerosa y ansiosa
por las noticias que tendría horas después.
Durante algunos días, buscando
confianza para estos momentos difíciles, ella había estado leyendo el salmo
42:11, el cual dice: "¿Por qué te abates, oh alma mía y por qué te turbas
dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios
mío".
Volviendo al Salmo 42:11 ese día,
ella dijo: "Señor, escojo no estar desanimada, escojo no estar perturbada,
escojo poner toda mi esperanza en ti". Después, cuando me relataba esto,
me dijo que sus sentimientos no cambiaron inmediatamente sino un rato después.
Su corazón recobró la paz una vez que decidió confiar en Dios.
David también decidió confiar en
Dios en sus momentos de angustia. En el salmo 56:3-4, nuestro texto para este
capítulo, admitió que tenía miedo, y no fue presumido ni arrogante, pues a
pesar de ser un guerrero muy hábil y valiente, hubo momentos en que sintió
miedo.
El título del salmo 56 nos
muestra la ocasión cuando David escribió: "Cuando los filisteos le
prendieron en Gat". La narración histórica de este incidente nos muestra
que él "tuvo gran temor de Aquis rey de Gat" (1 S. 21:12).
Pero, a pesar del temor, David le
dijo a Dios: "En Dios he confiado; no temeré". En los salmos
encontramos varias veces la decisión de confiar en Dios, escogiendo descansar
en El, a pesar de las apariencias. La declaración de David en el salmo 23:4:
"No temeré mal alguno", es equivalente a, "confiaré en Dios en
presencia del mal". En el salmo 16:8 dice:
"A Jehová he puesto siempre
delante de mí; Porque está a mi diestra, no seré conmovido".
Anteponer a Dios es reconocer su
presencia y su constante ayuda, pero esto es algo que nosotros debemos escoger
hacer.
Dios está siempre con nosotros.
El ha dicho:..."No te desampararé, ni te dejaré" (He. 13:5). No hay
duda de su presencia con nosotros, pero tenemos que reconocerla, debemos anteponerlo
a El ante nosotros mismos. Es nuestro deber decidir si vamos a creer o no en sus
promesas de protección y amor constantes.
Margaret Clarkson, hablando de
cómo debemos llegar al punto de aceptar la adversidad en nuestras vidas, dijo:
"Esta siempre comienza con un acto de voluntad de parte nuestra, cuando
nos disponemos a creer en la bondad del Dios Todopoderoso, en su providencia y soberanía,
y nos negamos a aceptar lo contrario, sin importar lo que ocurra o cómo nos sintamos.
Durante muchos años, en mi
peregrinaje en la búsqueda de lograr confiar en Dios en todo momento (aún estoy
alejado del final del viaje) fui prisionero de mis sentimientos.
Erróneamente pensé que no podía
confiar en Dios a menos que sintiera esa confianza en El, lo cual casi nunca
ocurrió en los momentos de adversidad. Ahora estoy reconociendo que confiar en
Dios, es primero que todo un asunto de la voluntad y que no depende de mis sentimientos.
Decido reposar en Dios, y finalmente mis sentimientos siguen.
He dicho que confiar en Dios es
ante todo un acto de la voluntad, pero permítanme modificar esta afirmación
para decir que, primero que todo, es una cuestión de conocimiento. Debemos
saber que Dios es soberano, sabio y amoroso, en todos los sentidos que hemos
visto en capítulos anteriores que estos términos tienen. Pero, habiendo sido expuestos
al conocimiento de la verdad, debemos escoger entre creer la verdad sobre Dios,
la cual nos ha sido revelada, o dejarnos llevar por nuestros sentimientos. Si
vamos a confiar en Dios, debemos decidirnos a creer su verdad. Debemos decir:
"Confiaré en ti, aunque no siento deseos de hacerlo".
ESTAR DISPUESTO A CREER
Confiar en Dios en momentos de
adversidad es, hay que admitirlo, algo difícil de hacer.
No quiero sugerir con mi énfasis
en decidir confiar en Dios, que ésta sea una decisión tan fácil como ir o no a
la tienda, o hacer o no un acto de sacrificio. Confiar en Dios es cuestión de
fe y la fe es fruto del Espíritu (Gálatas 5:22). Sólo el Espíritu Santo puede
hacer que su Palabra tome vida en nuestros corazones, y crear fe, pero podemos
decidir entre dejar que El lo haga o dejarnos gobernar por nuestros
sentimientos de ansiedad, resentimiento o agravio.
John Newton, el autor del himno
"Maravillosa Gracia", observó cómo el cáncer mataba lenta y
dolorosamente a su esposa durante varios meses. Al recordar esos días dijo:
Creo que fue dos o tres meses
antes de su muerte, que me encontraba caminando de un lado para otro del cuarto,
elevando oraciones provenientes de un corazón angustiado, cuando de repente me
golpeó un pensamiento, con una fuerza poco usual, para el efecto. "Las
promesas de Dios deben ser verdaderas; ¡seguro que el Señor me ayudará, si
estoy dispuesto a ser ayudado"! Se me ocurrió que a veces nos dejamos
llevar. (por un indebido mirar a nuestros sentimientos) permitimos esa tribulación
no provechosa, la cual nos exige nuestra acción y paz para resistir más allá de
nuestras fuerzas. Inmediatamente dije: "En efecto estoy desamparado, pero
espero desear sin reserva que tú me ayudes".
John Newton fue ayudado de una
manera sorprendente, pues durante los meses restantes, se dedicó a sus labores
de ministro anglicano y pudo decir: "Durante toda mi dolorosa prueba,
cumplí con todos mis oficios regulares y los ocasionales, como de costumbre; y ningún
extraño hubiera descubierto por mis palabras o miradas que estaba en un
problema.
La aflicción de tanto tiempo no
evitó que predicara cada sermón, y prediqué el día en que murió prediqué tres
veces mientras ella yacía muerta en la casa y después de que fue colocada en la
bóveda también el sermón de su funeral".
¿Cómo fue ayudado John Newton?
Primero, él decidió ser ayudado. Se dio cuenta de que era su deber resistir
"más allá de nuestras fuerzas" una dosis poco común de dolor y turbación.
Entendió que era pecado dejarse llevar por la autocompasión. Así que se volvió al
Señor, ni siquiera pidiendo, sino indicando su disposición para ser ayudado.
Después dijo: "No fui sustentado por consolaciones sensibles, sino por
haber podido aceptar en mi mente algunas grandes verdades fundamentales de la
Palabra de Dios.
El Espíritu de Dios lo ayudó
haciendo que la veracidad de la Escritura tomara vida para él. Escogió confiar
en Dios, se volvió hacia El con actitud de dependencia, y fue capacitado para
entender algunas grandes verdades de las Escrituras. Su decisión, la oración y
la Palabra de Dios fueron los elementos cruciales que le ayudaron a confiar en
Dios.
El mismo David que dijo en el
salmo 56:4. "En Dios he confiado; no temeré", dijo en el 34:4
"Busqué a Jehová y el me oyó, y me libró de todos mis temores". No
hay conflicto entre decir, "no tendré miedo", y pedir a Dios
librarnos de nuestros temores. David reconoció que era su responsabilidad
confiar en Dios, pero también que dependía de El para poder hacerlo.
Cada vez que enseño sobre el tema
de la santidad personal, hago énfasis en que somos responsables de obedecer la
voluntad de Dios, pero que dependemos del Espíritu Santo para poder hacerlo. El
mismo principio se aplica con relación a la confianza en Dios. Somos responsables
de confiar en El, en momentos de adversidad, pero dependemos del Espíritu Santo
para poder lograrlo.
Una vez más, permítanme enfatizar
que confiar en Dios no quiere decir que no experimentemos dolor, sino que
creemos que El hace su obra a través de nuestro dolor para nuestro bien.
Queremos decir que nos remontamos a las Escrituras reconociendo su soberanía,
sabiduría y bondad y le pedimos usarlas para traer paz y consuelo a nuestro corazón.
Significa sobre todo, que no pequemos contra Dios dejando que pensamientos duros
y dudosos sobre El, se alberguen en nuestro corazón. Esto significa que con frecuencia
tenemos que decir: "Dios, no entiendo, pero confío en ti".
DIOS ES DIGNO DE CONFIANZA
La sola idea de descansar en
Dios, está por supuesto, basada en el hecho de que Dios es absolutamente digno
de confianza. Es por eso que dedicamos doce capítulos de este libro a estudiar
su soberanía, sabiduría y amor. Debemos estar firmemente convencidos de esas verdades
de las Escrituras si vamos a confiar en El.
También es necesario recordar
algunas de las grandes promesas que nos hizo con relación a su cuidado
constante. Una de ellas, que haremos bien en guardar en nuestros corazones, es
la de Hebreos 13:5..."No te desampararé, ni te dejaré". El predicador
puritano Thomas Lye destacó que en ese pasaje dirigido a alguien que está a
punto de rendirse, el griego tiene 5 negaciones:
"No; no te dejaré; ni;
tampoco; no te abandonaré". Dios nos insiste en cinco ocasiones diciendo
que no nos abandonará. El quiere que nos aferremos firmemente a la verdad de
que, aunque las circunstancias puedan indicar lo contrario, debemos creer apoyándonos
en su promesa de que no nos abandonará a merced de ellas.
A veces podemos perder el sentido
de la presencia y la ayuda de Dios, pero nunca las perdemos. Job, en medio de
su sufrimiento, no podía hallar a Dios, y dijo:
He aquí yo iré al oriente, y no
lo hallaré; y al occidente, y no lo percibiré; si muestra su poder al norte, yo
no lo veré; al sur se esconderá, y no lo veré. Mas él conoce mi camino; me
probará, y saldré como oro (Job: 23:8-10).
En capítulos anteriores hemos
visto lecciones sobre las batallas de Job para confiar en Dios, y aparentemente,
se debatía entre la confianza y la duda, pero aquí vemos una gran afirmación de
confianza. No podía encontrar en ninguna parte a Dios, quien le había quitado
completamente la reconfortante sensación de su presencia. Pero Job creía,
aunque no podía verlo, que Dios lo estaba observando y lo sacaría de esa prueba
como oro refinado.
A veces, usted y yo tendremos la
misma experiencia de Job, tal vez no con la misma clase o intensidad de
sufrimientos, pero similar en cuanto a la incapacidad para encontrar a Dios, y
parecerá que El se esconde de nosotros. Incluso el profeta Isaías dijo a Dios
en una ocasión: "Verdaderamente tú eres Dios que te encubres, Dios de
Israel, que salvas" (Isaías 45:15).
Debemos aprender de Job y de
Isaías para no sorprendernos y flaquear cuando en momentos de angustia pareciera
como si no encontráramos a Dios. En estos momentos debemos asirnos a su sencilla,
pero inviolada promesa "no te desampararé, ni te dejaré".
El apóstol Pablo dice: "Dios
que no miente" (Tito1:2). Este es el Dios que prometió: "No te
desampararé, ni te dejaré". Puede que aparentemente se esconda a nuestra
sensación de su presencia, pero nunca dejará que nuestras adversidades nos
escondan de El. Puede que nos deje pasar por aguas profundas y por el fuego,
pero allí estará con nosotros (Isaías 43:2).
Porque Dios no lo desamparará, ni
lo dejará, las palabras de Pedro lo invitan a: "Echando toda vuestra
ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros (1 P 5:7). Este es un versículo
de las Escrituras que nos es muy conocido, y en realidad, bastante.
Algunos pasajes de las
Escrituras, como éste, parecen ser tan familiares y, por lo mismo, tan elementales,
que a veces los pasamos por alto. Es casi como saber que uno más uno son dos.
¡Eso es para los de primer grado! Pero también resulta ser la verdad más
fundamental en matemáticas. Sin esta verdad el álgebra, el cálculo y las formas
complejas de las matemáticas no existirían.
RETROCEDAMOS Y DEMOS UNA MIRADA PROFUNDA A 1 PEDRO 5:7.
¡DIOS SE PREOCUPA POR USTED!
No sólo nunca lo dejará, éste es
el lado negativo de la promesa, sino que lo cuidará. No sólo está con usted, lo
cuida. Su cuidado es constante, no ocasional o esporádico, es total. Todos y
cada uno de sus cabellos están contados. Su cuidado es soberano, nada ocurre
que El no permita. Su cuidado es infinitamente sabio y bondadoso. Como dice
John Newton: "Si me fuera posible alterar cualquier parte de su plan, lo
único que haría sería arruinarlo".
Debemos aprender a echar nuestras
ansiedades sobre El. El doctor John Brown dice de este versículo: "La
expresión figurativa `echar', no dejar, parece indicar que la tarea por realizar
exige un esfuerzo y la experiencia nos enseña que no es fácil librarse del peso
de la preocupación". Así que, volvemos al asunto de la decisión.
Debemos, por medio del deseo de
dependencia del Espíritu Santo decir algo así como: "Señor, escojo echar
esta ansiedad sobre ti, pero no puedo echarla de mí. Confiaré en que tú, por
medio del Espíritu, me permitirás descargar mi ansiedad en ti, y no llevarla
nuevamente por mí mismo".
Confiar no es un estado mental
pasivo; es un acto vigoroso del alma, por medio del cual decidimos asirnos de
las promesas de Dios, y adherirnos a ellas aun en los tiempos de adversidad que
tratan de abatirnos.
Hace varios años, me encontré
ante una serie de dificultades en sólo unos pocos días.
Aunque no eran grandes
calamidades, por su naturaleza me causaban angustia. Al principio, el versículo
del salmo 50:15 vino a mi mente: "E invócame en el día de la angustia; te
libraré, y tú me honrarás". Empecé a invocar a Dios y a pedirle que me
librara de éstas, pero como que mientras más lo invocaba, más llegaban las
dificultades.
Entonces comencé a preguntarme si
las promesas de Dios tenían significado real, hasta que finalmente, un día le
dije: "Aceptaré tu Palabra, creeré que en tu tiempo y a tu manera, me
librarás".. Las dificultades no concluyeron, pero la paz de Dios calmó mis
temores y ansiedades.
Luego, a su debido tiempo, Dios
me libró de esos problemas y lo hizo de forma tal que supe que El lo había
hecho. Las promesas de Dios son verdaderas, y no pueden fallar porque El no
puede mentir, pero para alcanzar la paz que éstas ofrecen, debemos escoger
creer en ellas. Debemos echar nuestras ansiedades sobre El.
TRAMPAS EN LA CONFIANZA
Así como es difícil confiar en
Dios en tiempos de adversidad, hay otros en los que parece ser aún más difícil.
Son esos tiempos en los cuales las cosas van bien, cuando, usando las palabras
de David: "Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos"... (Salmos
16:6).
Durante estos momentos de
bendiciones y prosperidad temporales, tendemos a depositar nuestra confianza en
ellas, o peor aún, a considerarnos como los autores de tales bendiciones.
Durante los períodos de
prosperidad y circunstancias favorables, demostramos nuestra confianza en Dios
reconociéndolo como el proveedor de tales bendiciones. Ya hemos visto cómo Dios
hizo que el pueblo de Israel pasara hambre en el desierto, y luego lo alimentó con
maná que cayó del cielo con el fin de enseñarles que: "no sólo de pan
vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová".
(Deuteronomio 8:3). ¿Qué pasa entonces con nosotros que tenemos nuestras
alacenas y neveras llenas de alimentos para las comidas de mañana? Somos tan
dependientes de Dios como lo fueron los israelitas. El hizo llover maná para
ellos todos los días.
Para nosotros hace que recibamos
un salario regular y que haya muchos alimentos en los supermercados, listos
para que los podamos comprar. El sustentó a los israelitas por medio de un
milagro. El nos provee a través de una externa y compleja cadena de eventos
naturales en los cuales su mano sólo es visible a los ojos de la fe. Sin
embargo, ésta todavía es su provisión así como lo fue el maná del cielo.
¿Cuántas veces nuestras
expresiones de agradecimiento antes de las comidas no dejan de ser sólo un
ritual carente de sentido genuino?¿Cuántas veces nos detenemos para reconocer la
mano proveedora de Dios y agradecerle por otras bendiciones como la ropa que vestimos,
la casa en que vivimos, el carro que conducimos, la salud que gozamos? El punto
hasta el cual agradecemos verdaderamente a Dios por las bendiciones que nos da,
indica nuestra confianza en El.
Deberíamos ser tan fervientes en
nuestras oraciones de agradecimiento, cuando nuestra alacena está llena, como
lo seríamos en las de súplica, si ésta estuviese vacía. Esa es la forma como
demostramos nuestra confianza en los momentos de prosperidad y bendición.
Salomón dijo: "En el día del
bien goza del bien; y en el día de la adversidad considera.
Dios hizo tanto lo uno como lo
otro, a fin de que el hombre nada halle después de él" (Ec. 7:14). Dios
crea los momentos agradables y los desagradables. En la adversidad tendemos a dudar
de su protección paternal, pero en la prosperidad tendemos a olvidarla. Si
vamos a confiar en Dios, tenemos que reconocer nuestra dependencia de El en
toda circunstancia, tanto en los buenos como en los malos tiempos.
Otra trampa que necesitamos
examinar, es aquella tendencia que tenemos a confiar en los instrumentos de
provisión de Dios más que en El mismo. En los eventos corrientes de nuestra
vida, Dios cubre nuestras necesidades a través de medios humanos en lugar de hacerlo
directamente. El suple nuestras dificultades financieras por medio de nuestra vocación,
y pone a nuestra disposición personal médico para que nos trate cuando estamos enfermos.
Pero estos instrumentos humanos están, al fin de cuentas, bajo el dominio de Dios,
y tienen éxito o prosperan hasta donde El lo permite. Debemos ser cuidadosos y
ver a Dios más que a los medios e instrumentos humanos que El utiliza.
En Proverbios 18:10-11, hay un
contraste muy interesante e instructivo entre el justo y el rico. El pasaje
dice:
Torre fuerte es el nombre de
Jehová; a él correrá el justo, y será levantado. Las riquezas del rico son su
ciudad fortificada, y como un muro alto en su imaginación.
El antagonismo no es entre el
justo y el rico en un sentido absoluto, puesto que hay mucha gente que es justa
y rica a la vez. Más bien debemos verlo entre los dos objetos principales en
los que el hombre deposita su confianza: Dios y el dinero. Aquellos que confían
en Dios están a salvo, mientras que los que confían en su riqueza sólo imaginan
que lo están.
Hay un principio mucho más amplio
en este pasaje. Todos tendemos a tener nuestras "ciudades
fortificadas". Puede ser un grado universitario con su tiquete hacia una
posición garantizada, una póliza de seguros o nuestro ahorro para cuando nos
jubilemos. Para nuestra nación, es la fuerza militar. Todo aquello que sea
diferente a Dios mismo en lo que tendemos a confiar se vuelve nuestra
"ciudad fortificada", con sus imaginarios muros imposibles de
escalar.
Esto no significa que ignoremos
los medios usuales de provisión que Dios nos ha suministrado. Quiere decir que
no debemos confiar en ellos. Anteriormente vimos que el salmista dijo:
"Porque no confiaré en mi arco" (Sal. 44:6), pero no siguió con,
"lo he botado".
Poner en una perspectiva correcta
el uso de los medios corrientes y la confianza en Dios, es usar los medios que
ha provisto. Mientras escribo este capítulo, mi esposa está experimentando un
dolor físico, posiblemente un efecto de su lucha con el cáncer. Mientras buscamos
un diagnóstico médico experto para saber el motivo de la afección, esperamos en
Dios, que de acuerdo con su voluntad, dará sabiduría y guía a los médicos.
Aunque respetamos sus destrezas
médicas, sabemos que Dios se las dio y que sólo El puede hacer que esa
habilidad se destaque en una situación dada. Así que, respetamos y apreciamos a
los doctores, pero confiamos en Dios.
Se puede depender de los medios e
instrumentos humanos sólo en la medida en que reconozcamos y glorifiquemos a
Dios en ellos. Philip Bennett Power, un ministro anglicano del siglo XIX dijo:
"No podemos esperar que nada que pretenda tomar el lugar de Dios y despojarlo
de su honor llegue a prosperar. Debemos hacer de Dios el fundamento de nuestra
confianza, aun cuando los recursos humanos de asistencia estén a mano".
También debemos tener en cuenta
que Dios puede actuar con o sin medios humanos, pues aunque generalmente los
usa, no depende de ellos. Además, usará frecuentemente algunos diferentes a los
que podríamos esperar.
A veces nuestras oraciones para
ser librados de una dificultad están acompañadas por la fe en la medida en que
podemos anticipar algún medio predecible de rescate. Sin embargo, Dios no
depende de lo que podamos anticipar. De hecho, por experiencia sabemos que se
deleita en sorprendernos con sus formas de liberación, con el fin de recordarnos
que nuestra confianza debe estar en El y sólo El.
Otra trampa en la que podemos
caer al confiar en Dios, es buscar su dirección durante las crisis más grandes
de la vida, mientras que tratamos de resolver las dificultades menores por
nosotros mismos.
La tendencia a confiar en
nosotros mismos es parte de nuestra naturaleza pecaminosa. A veces se necesita
una gran crisis, o por lo menos una moderada, para que nos dirijamos al Señor.
Una señal de madurez cristiana es confiar permanentemente en El en las minucias
de la vida diaria. Si aprendemos a confiar en Dios en las adversidades menores,
estaremos mejor preparados para confiar en El durante las mayores.
Citando nuevamente a Philip
Bennet Power:
Las circunstancias diarias de la
vida nos brindarán oportunidades suficientes para glorificar a Dios con nuestra
confianza, sin esperar ninguna llamada extraordinaria a nuestra fe. Recordemos
que las circunstancias extraordinarias de la vida son pocas, pues la mayor
parte de ella transcurre sin que éstas ocurran, y si no somos fieles y
confiamos en lo pequeño, no lo haremos para lo grande. Dejemos que nuestra confianza
crezca a través de la modesta experiencia diaria, con todas sus pequeñas
necesidades, pruebas y penas, así cuando sea necesario, ésta estará allí para
soportar todas las cosas grandes.
Una vez le pregunté a una querida
hermana que experimentó mucha adversidad, si le parecía tan difícil confiar en
Dios en las pequeñas dificultades de la vida como en las grandes, y me
respondió que encontraba más difíciles las pequeñas. En los momentos de crisis
grandes, ella inmediatamente admitía su dependencia de Dios y se dirigía a El,
pero las adversidades corrientes, trataba de resolverlas por sí misma.
Aprendamos de su experiencia y busquemos confiar en Dios en las circunstancias
corrientes de la vida.
Ya sea que la dificultad sea
mayor o menor, debemos escoger confiar en Dios. Tenemos que aprender a decir
con el salmista: "Cuando esté asustado, confiaré en ti".